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Cuando tenía trece años, mi profesora de literatura me dijo que todas las grandes historias que nacen de la literatura eran tristes y terminaban mal. Yo le rebatí tal afirmación con el idealismo y la vehemencia característicos de la adolescencia, pero ella se valió de las grandes figuras de los grandes libros para intentar convencerme: la frustración de Ana Ozores, la insatisfacción por la realidad de Alonso Quijano, los desamores de Pablo Neruda… Todos ellos nos llegan al corazón porque a las personas les hacen llorar las mismas cosas, pero a cada uno le hacen reír distintas situaciones, aseveraba ella.
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