Aumenta el gasto del dinero sin poder justificar en qué se ha gastado. Asimismo, puede contraer deudas y pedir dinero prestado a amigos y familiares.
La ruptura de la convivencia con un hijo drogodependiente no garantiza la consecución de nuestro objetivo y también entraña un riesgo, que el drogodependiente abandone el hogar y siga un proceso de mayor deterioro. Pero es importante señalar, cómo puede ser necesario llegar a situaciones muy adversas para que drogodependiente acepte este proceso de cambio, lo que se conoce popularmente como ¿tocar fondo? En estos casos es frecuente que se vuelva a recurrir a la ayuda de la familia, es el momento de poner condiciones para que sea recibida y de ponerse en contacto con los profesionales de los centros asistenciales. En cualquier caso durante todo este proceso es siempre recomendable la ayuda profesional a la familia, que a través de orientación y apoyo, ayude ante la toma de decisiones y ante las posteriores consecuencias de la misma.
Proponemos el diálogo y la comunicación como la mejor forma de obtener información sobre los posibles consumos experimentales en los hijos y en la búsqueda de su reconocimiento. Aunque este procedimiento es difícil y mucho más costoso que realizar registros o analíticas, es un paso necesario del que no podemos prescindir para abordar estas situaciones. Para llevar a cabo este diálogo, es importante también conocer ciertos indicadores de los consumos de drogas. Buscar ayuda profesional ante estas situaciones será conveniente siempre que la familia sienta esta necesidad.
Si se dan consumos sistemáticos, se producen cambios en sus hábitos de sueño, normalmente caracterizados por dificultades para conciliarlo. En cuanto a los hábitos alimentarios, estos también cambian. Normalmente se reduce su apetito y se alteran las horas y tipo de alimentación, en lugar de hacer comidas completas se prefiere comer en menor cantidad en horarios diferentes al resto de la familia.
Las posturas que manifiesten los distintos integrantes de la familia, especialmente los cónyuges, deben estar coordinadas e ir en un mismo sentido. Siempre teniendo en cuenta las diferencias de puntos de vista de cada uno, así como de caracteres, es importante llegar a un consenso ante la postura definitiva sobre el nivel de exigencias que la familia va a plantear al miembro consumidor. Si no existe esta unión, éste puede aprovechar esta situación identificándola como debilidad y mantenerse en posturas cerradas y de poca aceptación de cambio. Puede ser conveniente que la familia considerándola de forma amplia, ya que en ocasiones los abuelos y parejas de los consumidores desempeñan un importante papel, se reúna para tomar una postura común antes de plantear el diálogo con el hijo consumidor y llegar a acuerdos conjuntos.
Si después de todo intento para que el afectado asuma su situación de consumo y teniendo en cuenta que en la mayor parte de las ocasiones es un proceso lento y costoso, si no se asume, los padres deben mantener posturas firmes y de absoluto rechazo al consumo en el entorno de la familia. En estos casos se pone en riesgo la convivencia familiar ya que el hijo no estará dispuesto a ceder en su consumo, ni la familia a aceptarlo. La ruptura de la convivencia es temida y plantea gran tensión en la familia, llegando en ocasiones a provocar una vuelta hacia atrás, por parte de los padres, en el nivel de exigencia hacia el reconocimiento del consumo y hacia la aceptación de apoyo profesional. No se debe ceder a los chantajes de tipo emocional que utiliza el consumidor para conseguir salirse con su voluntad. Debe quedar claro, que no se le niega el apoyo familiar, sino que es él quién lo rechaza, así como las condiciones que deben existir para volver a plantearse la convivencia en la familia, mostrando siempre los aspectos positivos y de ventaja que obtendría con ella.
En ocasiones, cuando la situación es límite, las posturas con las que debemos abordarla son también extremas, así lo es llegar a plantearse mantener o no la convivencia con un hijo drogodependiente. Pero posturas intermedias de asumir situaciones de consumo trasmitirán al consumidor la idea de que se está aceptando la situación, y por lo tanto se dificulta la toma de decisiones hacia el cambio. Los tratamientos en drogodependencias son procesos largos y que implican esfuerzo. Resulta más cómodo para el drogodependiente (que no más beneficioso) no iniciar ningún tratamiento. Si se le permite, o él lo percibe así, cualquier alternativa que no sea ésta y su vida sigue desarrollándose en los mismos términos que anteriormente, se está dificultado su toma de decisiones.
Su estado de salud general va empeorando, apareciendo síntomas de diferentes tipos de trastornos, acompañados de una negativa para acudir a la consulta médica. Su imagen corporal sufre cambios como consecuencia del empeoramiento de su estado de salud y al estilo de vida que lleva a cabo: adelgazamiento, cansancio, palidez.
Entre sus pertenencias aparecen instrumentos y restos de los consumos que realiza: cucharillas, pipas especiales, jeringuillas, papel de aluminio, botellas vacías, restos de sustancias, y signos físicos en su organismo: señales de pinchazos, alteraciones en el tabique nasal.
Como consecuencia de esa falta de interés, elude el cumplimiento de sus responsabilidades en diferentes ámbitos: laboral, familiar, social, produciéndose quejas por parte de las personas involucradas en los mismos.
En primer lugar es necesario desechar cualquier tipo de sentimiento de culpa. El hecho de que exista un problema de consumo de drogas en la familia no significa que la responsabilidad de tal consumo recaiga directamente en los padres, ni significa que se hayan equivocado en su actuación con respecto a la educación de sus hijos. Como hemos visto el consumo de drogas es un fenómeno multifactorial en el que influyen un conjunto de factores entre los cuales se encuentra la familia. Por tanto, no es aconsejable actuar bajo este sentimiento, ni utilizarlo para agredir a otro (al cónyuge o al propio afectado) y liberarse así uno mismo de su carga.
Debe resaltar las ventajas de no consumir drogas antes que enfatizar lo negativo de su consumo. Es más efectivo utilizar mensajes sencillos y simples, que incluyan ejemplos cercanos al estilo de vida familiar, que no mostrar situaciones extremas y poco comunes para enfatizar los riesgos del consumo. Se debe cuidar el lenguaje utilizado, huyendo de términos excesivamente técnicos así como de palabras de argot, que, en un principio parece que nos acercan a los destinatarios, pero que pueden crear una confusión sobre nuestro papel con relación a ellos. Es importante que el padre y la madre sean conscientes de su papel educativo con relación a los hijos. Aunque la cercanía es positiva el papel de padre o madre nos sitúa en una posición diferente a un amigo o compañero y esto debe también ser trasmitido a través del lenguaje utilizado.
Se considera una infracción grave, tanto el tráfico de estupefacientes como la tolerancia a su consumo en el interior de establecimientos públicos, así como el no impedimento por parte de los propietarios o encargados de los mismos de la realización de dichos actos delictivos. Estas infracciones pueden estar castigas con multas de hasta 30.000 € para el propietario del local.
Los momentos de ocio y de tiempo libre son de especial importancia como factores relacionados con los consumos drogas. La ocupación del ocio y el tiempo libre puede ser un factor de riesgo o un factor de protección hacia los consumos de drogas, según la utilización que hagamos de los mismos. Como factor de riesgo, porque es en estas situaciones en las que se producen, con más frecuencia, las primeras ofertas y contactos con las sustancias, tanto con las drogas legales como con las ilegales. Además, la oferta de recursos de ocio que existe en las sociedades desarrolladas pasa principalmente por centros en los que la diversión viene condicionada al consumo de drogas: bares, pubs, discotecas. Este tipo de recursos dificulta la ocupación adecuada del tiempo de ocio. Pero, sin embargo, no es tan cierto que la oferta recreativa existente actualmente sea limitada, ni para los jóvenes ni para los adultos. La cantidad de recursos culturales (lecturas, cines, teatros, TV., radio, conciertos), deportivos (deportes de competición, deportes de aire libre, artes marciales), para viajar y de talleres de formación sobre diferentes aspectos (música, baile, pintura, bricolaje, escritura, fotografía) es en nuestros días muy superior a la existente en otros tiempos.
Los padres deben saber que ante estas situaciones no están solos, existen profesionales especializados en la orientación a la familia y, por supuesto, recursos asistenciales para el tratamiento de los afectados. Hay una variedad de alternativas asistenciales que se pueden proponer y ante la exigencia de la familia de ir a tratamiento, se puede aceptar que el afectado decida sobre la alternativa definitiva, hecho que puede posibilitar una mayor implicación en el tratamiento al no ser impuesto completamente. La consulta a los profesionales debe ser descrita como una primera toma de contacto y de búsqueda de información y orientación. Serán estos profesionales, los que determinen la duración, tipo de programa y el número de sesiones, que tendrá el tratamiento.
La familia juega un importante papel en la detección de los consumos de drogas en alguno de sus miembros. Con ello se posibilitará un abordaje rápido, evitando que el problema llegue a tener consecuencias mayores.
Lo primero que hay que conseguir es el reconocimiento por parte del mismo de su situación de consumo. Para ello mantener una postura serena y tranquila, que no incapacite para tomar decisiones importantes será el primer requisito a tener en cuenta. La angustia provocada por la sensación de impotencia no conduce más que a la pérdida de control de la situación y al desgaste de energías, necesarias para afrontar adecuadamente el problema.
La actitud que la familia manifieste ante las situaciones de consumo sistemático por parte de los hijos tiene que ver con la consecución del reconocimiento de consumo por parte del consumidor. Es necesario que el drogodependiente vea una actitud de firmeza en los padres y de exigencia en el reconocimiento de este consumo. No es conveniente que se demuestre una actitud de fracaso, ni de impotencia ante el problema, sino de energía y posibilidad de abordaje siempre que se cumplan unas condiciones que son las que se están exigiendo. Esto no debe implicar una actitud autoritaria, ni de falta de comprensión de la situación y del drogodependiente. El diálogo sobre las evidencias con las que se cuenta para asegurar ese consumo y la disposición a prestar apoyo deben ser manifestados en todo momento de una manera abierta y constante.
Existen consumos de determinadas sustancias que por su carácter legal están muy extendidos en nuestra sociedad, siendo muy comunes, también, encontrarlos en el entorno familiar. Nos referimos a los consumos de tabaco, alcohol y psicofármacos. Consumos que precisamente porque socialmente tienen una aceptación y un reconocimiento diferente al de otras sustancias, su consumo es también admitido en el ámbito familiar de forma habitual, incluso delante de los hijos. La familia, por su carácter educativo antes reconocido, tiene una responsabilidad en estos temas, y los padres deben tomar conciencia de que con estos comportamientos posibilitan un modelo de imitación y un aprendizaje en las pautas de inicio en el consumo de drogas. No estamos diciendo que haya que eliminar completamente el consumo de drogas legales en la familia, ya que estamos sujetos a patrones de uso ya establecidos. Se trata, más bien, de analizar estas situaciones y ejercer algún control sobre ellas (oferta de sustancias a los pequeños, consumos abusivos de drogas legales, frecuencia y cantidad de uso de alcohol en las celebraciones familiares?).
Los padres, como agentes educativos, deben dedicar sus esfuerzos a la búsqueda de recursos alternativos al consumo y a la motivación a los hijos para su utilización. Fomentar centros de interés que canalicen las necesidades de búsqueda de sensaciones y experiencias en los jóvenes y les dificulten su interés por el tema de las drogas, es una contribución interesante y una importante aportación en la actuación preventiva. La coherencia que muestren los padres entre los mensajes que dirijan a los hijos sobre la ocupación del ocio (también en otros temas), y la conducta que manifiesten, debe ser siempre completa. No se puede pretender que los hijos desarrollen hábitos adecuados en la ocupación del ocio y el tiempo libre, si en la familia lo que se aprende son hábitos inadecuados en su ocupación: abuso de TV, falta de actividades deportivas o culturales. Una vez más, se pone de manifiesto el papel de la familia y de los padres como modelos de imitación de comportamientos por parte de los hijos y por lo tanto su papel preventivo.
Los análisis toxicológicos en los que se buscan restos de las sustancias de consumo a través de muestras, en orina principalmente, son a menudo también utilizados para obtener información sobre la situación del consumidor. Estos análisis, es cierto que nos ofrecen información, pero ésta ha de ser interpretada con mucha prudencia. En primer lugar, el resultado positivo de una analítica debería ser contrastado para eliminar posibles errores producidos por la interacción con fármacos y medicamentos y el negativo con posibles deficiencias en el procedimiento de obtención y conservación de la muestra. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que estos procedimientos tienen un periodo de tiempo que garantizan su efectividad, es decir, después de un tiempo del último consumo no se detectan los restos de las sustancias. Este periodo de tiempo varía con la sustancia de la que se trate, la cantidad consumida y la técnica utilizada. Si los resultados de la analítica son positivos solo demuestran que en el periodo de tiempo que el análisis es eficaz ha habido algún consumo, no aportando información sobre las formas de ese consumo, su frecuencia, las situaciones a las que responden. Si el resultado es negativo, indican que no ha habido un consumo en ese periodo de tiempo, no pudiendo concluir que no lo ha habido antes o lo habrá más adelante, lo que puede conducir a la necesidad de repetir las analíticas de forma compulsiva o a errores de interpretación. Además, también las pruebas toxicológicas suponen una muestra de falta de confianza en la persona a la que se las realiza. Estas pruebas se realizan cuando hay una falta de reconocimiento de consumo e implican que no se cree en la ausencia del mismo argumentada por el posible consumidor. Esta situación puede conducir a intentos de realizar las pruebas en contra de la opinión del afectado, demostrando claramente una falta de credibilidad y aumentando el grado de tensión familiar. Por lo tanto, cualquier decisión que vayamos a tomar con respecto al consumidor no debe estar basada en los resultados de las analíticas. Aunque los padres llevados por la urgencia de obtener información de forma rápida e inmediata, en situaciones de angustia y preocupación, piensen que es un adecuado sistema para obtenerla, por los riesgos de errores, posibles malas interpretaciones y pérdida de confianza por parte del afectado, debemos desaconsejar este tipo de procedimientos.
En general el drogodependiente muestra una falta de interés por todo aquello que no sea conseguir la sustancia de consumo, pareciendo desconectado con la realidad que le rodea: los demás, el trabajo, las actividades que hasta entonces le motivaban, su salud y cuidado personal. Su vida gira ahora sobre las sustancias, lo demás pasa a un segundo plano.
La información por sí sola, aunque es un instrumento al servicio de la prevención, no basta, ni siquiera constituye la base fundamental de la actuación de padres y madres. Para que determinada información influya en un comportamiento, ésta debe englobarse en un proceso activo de aprendizaje. Por lo tanto, solo con hablar a los hijos sobre las drogas o los problemas relacionados con sus usos no se realiza todo lo posible en el ámbito familiar para prevenir los consumos. Es necesario que las actuaciones de padres y madres tengan un carácter educativo.
Además miente más que habla… Cuando se hace necesario adquirir la sustancia acude a los lugares habituales para su obtención de forma repentina y sin avisos, permaneciendo largos periodos de tiempo fuera de casa, recibiendo en ocasiones llamadas telefónicas que intenta mantener en secreto. Suele mentir de forma generalizada para esconder ante los demás el tipo de vida y de actividades que lleva a cabo.
Si, debe estar adaptada a la edad, la capacidad de comprensión, la experiencia previa y las expectativas de los hijos. No se puede hablar de la misma forma ante cualquier interlocutor. Es importante tener una información previa del nivel de experiencia que se tiene y adaptar nuestros mensajes a éste. Como norma general, cuando hablemos con los más pequeños lo haremos sobre drogas legales, pudiendo abordar con los mayores el tema de las ilegales.
La información es una estrategia fundamental en la prevención del consumo de drogas. Es importante hablar con los hijos. El diálogo y la comunicación son elementos básicos de una buena actuación preventiva en la familia y el campo de las drogas no va a ser distinto. Si en el entorno familiar se acostumbra a hablar y a dialogar, si la comunicación forma parte del estilo de vida familiar, no será difícil incorporar en él el tema de las drogas. Sin embargo, si por el contrario, el diálogo no tiene un peso importante en la vida familiar, los intentos por parte de los padres de abordar el tema de las drogas tendrán peor acogida, convirtiéndose, en ocasiones, en meros interrogatorios. Es necesario para poder hablar sobre drogas, crear previamente un clima familiar que facilite la comunicación y el diálogo y que invite a consultar dudas y exponer experiencias sobre éste y otros temas.
A menudo, en el entorno familiar se llevan a cabo registros en las habitaciones y en las pertenencias de las personas sobre las que se sospecha. Estas prácticas, responden a la necesidad de obtener información de manera rápida y fácil sobre la situación del posible consumidor. Además de traicionar la confianza que se ha depositado en las personas que los realizan (madre o padre), confianza imprescindible si lo que nos interesa es conseguir el reconocimiento de este consumo, sin el cual no podremos actuar, provoca una pérdida en el papel de los padres como agentes educativos y por lo tanto, preventivos, ya que se supone que su condición de educador les convierte en modelos de comportamiento para los hijos. La información que se obtiene a través de estos registros, por lo tanto, raramente se puede utilizar para analizar comportamientos y sospechas de consumo con los hijos; provocaríamos su rechazo y enfado. Únicamente añaden más morbosidad al tema, al mantener a los padres ocupados en determinar si un día hay más cantidad o menos de la sustancia encontrada o si siguen estando determinados restos o evidencias de consumo o no, es decir, en actuaciones casi policiacas en la búsqueda de indicios y pistas. Las personas que realizan estas prácticas, en consecuencia, están sometidas a la ansiedad derivada de cada uno de estos nuevos descubrimientos, condición no deseable para el adecuado abordaje de la situación.
No sólo hay que hablar ante la demanda explícita por parte de los hijos, hay momentos (programa de TV, situación de consumo en la calle) que pueden propiciar nuestra intervención. Pero es muy importante responder siempre ante estas demandas. Los padres deben convertirse en un referente de primer orden en la obtención de información sobre drogas para contrarrestar otras fuentes de información en ocasiones no adecuadas. Para ello deben mostrar su total disponibilidad para atender cualquier pregunta o cuestión y no rechazarlas incluso en situaciones comprometidas. Pero tampoco es necesario lanzar mensajes de forma continuada e indiscriminada con el propósito de que tengan mayor efectividad. Los mensajes repetitivos, utilizados de esta forma, terminarán por no captar la atención de los destinatarios, perdiendo así su eficacia. El momento elegido para hablar con los hijos sobre drogas, así como sobre otros temas, es una variable importante que no se debe descuidar. Hay que buscar momentos idóneos, en los que se establezca un lugar adecuado (sin ruidos ni interrupciones), un clima en el que no haya tensiones y donde se piense que el destinatario va a estar receptivo. Los momentos en los que se dan situaciones de consumo de drogas (por ejemplo cuando el hijo llega a casa bajo los efectos del consumo de alcohol u otra sustancia) no es un momento adecuado ya que su capacidad de análisis y valoración está alterada. Es más oportuno esperar a otro momento para comentar esta situación.
Con respecto a las salidas de los hijos, surgen algunos aspectos que suelen crear tensión y discrepancias en el ambiente familiar. Son los horarios de salida y llegada a casa y la asignación de dinero o ¿paga? que se recibe. Para establecer criterios en ambos temas se suele emplear el recurso de comparar con otras familias lo que éstas establecen. Así, se marcan los horarios y las asignaciones teniendo en cuenta las que disfrutan los amigos o compañeros. Como primer criterio puede ser utilizado ya que nos ofrece un primer punto de partida, además, posibilita el sentimiento de que se pertenece a un grupo que tiene normas similares, pero no hay que olvidar que a la hora de establecer las normas que regulan la convivencia familiar, la negociación debe presidir toda nuestra actuación. Tanto la asignación como el establecimiento de horarios son conceptos con los que se juega para regular el sistema de refuerzos que posibilitarán el establecimiento y mantenimiento del sistema de normas en la familia. Es decir, si el joven es capaz de cumplir con las normas que previamente negociadas se han establecido, mostrando una conducta responsable, habrá que acompañarla con un grado mayor de independencia y libertad: mayor libertad de horario y mayor autonomía en la gestión del dinero. Por el contrario, un comportamiento irresponsable deberá traducirse en la supresión de refuerzos: menor libertad de horarios y menor autonomía para gestionar sus recursos económicos. Tiene que existir una coherencia entre el comportamiento de joven y los refuerzos que recibe.
Cuando existe el reconocimiento del consumo por parte del afectado y se está dispuesto a recibir ayuda es importante saber que existen centros especializados en la atención a los problemas de consumo. Los tratamientos exigen la condición de que exista voluntariedad por parte del afectado, ya que su implicación en el programa es una condición imprescindible para su rehabilitación. Estos recursos cuentan con la familia para el desarrollo de los programas asistenciales, ya que está ampliamente aceptado el papel que la familia desempeña en el proceso de rehabilitación de drogodependientes.
Hay que señalar que no todo consumo de drogas implica necesariamente un problema. Existen diferentes formas de consumo: uso, abuso y dependencia. El proceso de dependencia que se establece con una o varias sustancias lleva tiempo y pasa por diferentes fases en las que la frecuencia, la cantidad y las formas de consumo varían (consumos experimentales, ocasionales, habituales o compulsivos). En la mayor parte de las ocasiones el inicio de consumo no conduce a la dependencia.
Si no se restringe la libertad de horarios o la disponibilidad económica, no solo se facilita el contacto con las sustancias, además, se está trasmitiendo la aceptación de esta situación si no se toman medidas que muestren el rechazo a este comportamiento. La falta de actuación de los padres ante las conductas no responsables de los hijos (hacia el consumo de drogas y hacia cualquier otro tema) no significa una ausencia de posicionamiento, no es una postura neutra, con ella se trasmite la aceptación de esa conducta, aunque en un principio no sea el propósito de la misma. El dinero que asignamos a los hijos además de posibilitarles la consecución de los bienes que desean (también las sustancias) significa un reconocimiento de que las actuaciones y comportamientos que demuestran son aceptados por la familia.
Los padres a menudo se preguntan qué pueden hacer ante estas situaciones, cuando los hijos frecuentan compañías no aceptadas por ellos, por creer que ponen en riesgo el comportamiento de sus hijos. Esta falta de aceptación, en ocasiones, está provocada por las formas externas que caracterizan a estos grupos (formas de vestir, apariencia física, música escuchada, lenguaje empleado, utilización de complementos como pendientes, tatuajes), relacionándolas con situaciones conflictivas, de falta de adaptación social o de consumos de drogas. Es importante que los padres conozcan que no todas estas situaciones responden a este patrón y que por lo tanto corresponde a sus hijos este tipo de elecciones. No se puede pretender que los hijos vivan la vida de la misma forma que los padres lo hicieron o como ellos pretendan que se haga, hay aspectos que corresponden a elecciones personales que los padres deben respetar. No obstante, cuando se frecuentan grupos en los que existe certeza de consumos de drogas o comportamientos conflictivos, es deber de los padres mostrar ante los hijos su reprobación ante estos comportamientos y por supuesto, ante el mantenimiento de relaciones con ellos. No se puede esperar que únicamente con exponer de una manera razonada, aun utilizando las mejores técnicas de comunicación, nuestra preocupación y nuestras razones para mantener una postura opuesta a una determinada relación, consigamos que esta relación no tenga lugar. Sin embargo, las posturas basadas en la prohibición tampoco aseguran la consecución de nuestro objetivo y pueden incitar a la reafirmación de esa relación como forma de oposición o rebeldía. Por lo tanto, aunque ninguna actuación conseguirá con absoluta seguridad el alejamiento de compañías consideradas no adecuadas por los padres, parece más adecuado que los padres basen su actuación en posturas razonadas, de análisis de riesgos, de diálogo y persuasión, que en posturas de prohibición. La influencia de los padres no tendrá, tal vez, una repercusión inmediata pero puede ser recordada más adelante cuando surjan algunos problemas con esas relaciones y sea necesaria la toma de decisiones.
La primera tarea de los padres será estar informados sobre las drogas y sus consumos, sin que esto signifique que deban ser especialistas en la materia. Pero la información debe cumplir unas exigencias para asegurar que tenga un carácter preventivo: debe ser OBJETIVA, VERAZ y REALISTA. Al hablar sobre sustancias no se deben dramatizar los efectos de las mismas. El recurso al miedo no solo no es eficaz, sino que en ocasiones resulta contrapreventivo. Tampoco es conveniente banalizar los consumos o ciertas formas de los mismos. En ocasiones nuestros hijos tendrán más información que nosotros sobre determinados aspectos referidos a estos temas. Ellos esperan un interlocutor válido, informado, que represente una cierta autoridad en el tema, no solo por ser su padre o madre, también por el nivel de conocimiento que posea sobre la materia. Si se ofrecen mensajes o datos no contrastados, basados únicamente en opiniones, se perderá la capacidad de representar credibilidad ante ellos. Si damos una opinión debemos exponerla como tal, no como un dato contrastado. Para todo ello no es necesario que los padres se conviertan en expertos, cuentan con la ayuda de profesionales que prestan su apoyo y asesoramiento.
En cualquier caso, es conveniente no demostrar posturas sobreprotectoras y de sometimiento ante el hijo consumidor, pensando que así conseguiremos la aceptación del tratamiento. Por supuesto, es importante durante esta etapa el manejo de las normas y los límites en la familia (especialmente ejercer un gran control sobre el dinero). Que el afectado perciba de una manera clara y determinante que es más conveniente para él, que tendrá más ventajas ponerse en tratamiento que continuar negándose al mismo por las repercusiones en la pérdida de sus prerrogativas.
La familia tiene un papel muy importante también en las situaciones en las que los consumos de drogas se realizan de forma sistemática, también ahora se puede y se debe actuar. Se pueden indicar algunas señales que nos den pistas sobre posibles hábitos de consumo de drogas cuando ya existe una adicción, pero se debe ser muy cauteloso con etiquetar a alguien como drogodependiente ya que nos podemos equivocar. Con frecuencia, algunos de los indicadores responden a situaciones conflictivas por la que pasan los sujetos sin necesidad de que tengan que ver con las drogas. En las siguientes preguntas expondremos algunos indicadores de posible consumo, pero insistimos en la necesidad de proceder cuidadosamente en esta interpretación, ya que son solamente indicadores, no síntomas directos de estos consumos. No podemos deducir que únicamente por la existencia de alguno de estos factores la persona en cuestión sea un drogodependiente, es necesaria la existencia conjunta de varios de ellos para que podamos mantener tal postura.