La adolescencia es una etapa vital por la que en la actualidad está transitando aproximadamente el 17% de la población española. En concreto, se calcula que existen alrededor de siete millones y medio de adolescentes. Entre el “sermón” y el “compadreo” existe un término medio, un conjunto de actitudes y estilos de diálogo que pueden resultar valiosos para nuestros hijos e hijas, para fortalecer la certeza de que pueden “contar” con sus padres, y ser capaces de tranquilizar –al menos en parte- sus inquietudes sobre drogas.
Entre los doce y los dieciséis años de edad, los adolescentes se encuentran ante una paradoja vital: ¿qué son en realidad? Saben, sin duda, lo que no son: ni adultos, ni niños. Entonces, ¿cómo comportarse?, ¿cuál es su papel en la sociedad?, ¿hasta qué punto cuentan? Lo más evidente, tanto para ellos, como para nosotros, es que están en pleno período de transformación física y mental. Los cambios se suceden vertiginosamente, se sienten inseguros consigo mismos y tienen acusados sentimientos de desvalimiento y soledad.
Los padres siguen siendo seres queridos, valiosos para ellos, sin duda, pero por regla general no se consideran apoyados ni entendidos, quizás porque ni ellos mismos acaban de ubicarse en el entorno social. Por otra parte, dentro del ámbito escolar, sus profesores son también adultos significativos; no obstante –salvo excepciones- no resultan para ellos figuras relevantes, sino más bien “suministradores” de información académica y proveedores de tareas adicionales para realizar fuera del horario escolar. La sociedad es percibida como un ente complejo y abstracto, asociándola a la ley o los medios de comunicación. En realidad, se consideran ajenos a ella (no pueden votar, no pueden trabajar…).
¿Qué les digo sobre drogas?
En relación con las drogas se sienten vulnerables y dubitativos: “probar o no”. Si se abstienen, quizá “se estén perdiendo algo”, piensan. Y si las prueban… ¿qué droga?, ¿con quién?, ¿cuándo?, ¿cuánto?, ¿qué riesgos corren? Las drogas están ahí, al alcance de su mano, y el rechazo de antaño se convierte hoy en curiosidad, tentación, temor y conflictos internos. Reciben mensajes contradictorios: sus familiares se preocupan por ellos, pero algunos amigos y amigas les sugieren que “acercarse” a las sustancias prohibidas nos es tan negativo; ellos mismos las consumen y “no pasa nada”.
Sin información viable, sin referentes adultos en los que confiar plenamente, sin consejeros valiosos, sienten el creciente poder de influencia del grupo, constatan la experiencia de algunos de sus miembros y concluyen que el grupo de iguales tal vez sea el espacio social más adecuado al que acudir para dirimir sus contradicciones internas. Si en el grupo sus miembros rechazan o tienen prevenciones ante el uso de drogas, el adolescente no tendrá que enfrentarse en solitario a las incitaciones al consumo. Si, por el contrario, (lo que es frecuente en una etapa en la que se siente que hay que experimentar con los riesgos y los límites) los amigos están próximos al “coqueteo” con las drogas, el o la adolescente se sentirá confuso, agobiado por las dudas y, en cierta forma, deberá decidir en medio de muchas ambivalencias.
Escuchar y hablar
Para que los padres dispongan de recursos para responder a todas estas preguntas, la Fundaciónde Ayuda contra la Drogadicciónha diseñado el programa: ¿Qué les digo? (accesible a través de www.fad.es, apartado publicaciones).
En absoluto se trata de “trasformarse” en expertos en drogas. Ningún padre o madre tiene la obligación de “estudiar” a fondo el tema, doctorarse en biología, medicina o psicología. El papel de la familia es más educativo que informativo, y la actitud ha de ser de diálogo, de apoyo y, cómo no, de supervisión y control. Transmitir ideas, sugerencias y consejos sobre cómo acercarnos a nuestros hijos de forma no punitiva, pero tampoco frívola ante las drogas.
Los parámetros de libertad y supervisión que habría que ejercer se amplían y se acentúan en estas edades. Los padres han de servir como guías, personas que más allá del papel de proveedores de alimento, cobijo y dinero (síndrome de padres “cajeros automáticos”), están presentes para reflexionar con ellos, transmitirles valores, abrirles perspectivas nuevas y aportarles –sin necesidad de imponer– su punto de vista, aunque inevitablemente haya que establecer ciertos límites.
Es importante diferenciar entre “estar disponible” y “atosigar” a los hijos e hijas adolescentes. En el primer caso, se trata de ejercer una supervisión discreta, hacer saber al menor que en cualquier momento puede preguntar, charlar o simplemente “estar” con nosotros. Por el contrario, atosigar es “coser” a nuestro hijo o hija a preguntas, advertencias o consejos. Esta actitud suele generar rechazo en ellos al sentirse tratados como bebés, o aún peor: como sospechosos.