Cuando una persona se entera de que un familiar o ser amado es adicto/a a una sustancia, es normal que se experimenten toda una serie de sensaciones desbordadas difíciles de manejar (ansiedad, culpabilidad, tristeza, estrés, angustia, desconcierto, sorpresa, ira, confusión, impotencia) y que aparezcan cientos de dudas del tipo: “qué puedo hacer”, “qué no debo hacer”, “cómo ayudar”, “qué actitud tener”, “cuánto debo implicarme”, “se lo digo o no a sus padres”, “dónde acudir”, etc.
Antes de nada, decir que no es fácil lidiar con un problema de estos en casa, y que “uno no es experto” en el tema, por lo que hace “lo que según a su juicio considera que mejor sirve para AYUDAR”, siempre con la mejor de las intenciones y con el deseo “de que el otro deje las drogas”. Decir también que NO EXISTEN FÓRMULAS MÁGICAS para conseguir que alguien se ponga en tratamiento, lo que sí existen son estrategias que aumentan la probabilidad de que la persona afectada inicie tratamiento.
Estos son algunos de los comportamientos que en nuestro deseo de ayudar a veces pueda mantener o empeorar una relación, en vez de movilizar y motivar hacia el inicio de un tratamiento o al menos la reducción de conflictos en el entorno familiar.
Servicio de Información y Orientación de Fad
EN BUSCA DE UN CULPABLE…
1. Culpabilizar al afectado, castigarle
Es entendible que la “rabia” al descubrir que nos han mentido y la desconfianza a partir del momento en que el problema sale a la luz se adueñe de nosotros, también lo es sentir malestar y en consecuencia emitir un veredicto de culpabilidad sobre el familiar que consume drogas. No obstante, los reproches, insultos y dedos acusadores no sólo no ayudan a solucionar el problema sino que lo empeoran, ya que el afectado se siente mal (avergonzado, presionado, agobiado) y puede que reaccione con agresividad para “defenderse” de las acusaciones, o puede esconder la cabeza y quedar “paralizado” sin saber qué hacer, o desaparecer de casa porque siente que es un estorbo… y no olvidemos que lo que pretendemos es que entienda que tiene un problema y que debe ponerse en tratamiento.
No hay “culpables” cuando hablamos de una enfermedad como la adicción. Lo que sí hay son problemas reales de los que uno tiene que hacerse cargo y buscar soluciones.
2. Culpabilizarse a sí mismo
Padres, madres, hermanos, parejas… las personas cercanas al afectado en algún momento del proceso se preguntan “en qué han fallado” o “qué han hecho mal” para que su hijo/a (novio/a, hermano/a, etc.) sea un drogadicto. No entienden cómo no se han dado cuenta y rebuscan en la historia personal el dónde se han equivocado en la relación con él/ella, se reprochan haber sido demasiado blandos (o demasiado duros), no haberle dedicado el suficiente tiempo (o haberlo controlado demasiado).
Este pensamiento genera un sentimiento de ansiedad y culpabilidad que impide entender que el objetivo es buscar solución al problema y dejar de rascar en el pasado. Otra opción también muy común es que la persona consumidora “vomite” su rabia sobre los más cercanos y les eche a ellos la culpa de su adicción. Importante recordar que ES SU PROBLEMA Y DEBEN HACERSE CARGO DE BUSCAR (Y APLICAR) UNA SOLUCIÓN.
3. Culpabilizar a “sus amistades” de su consumo (y a “los que le pasan la droga”) y des-responsabilizarlo de su adicción
“Cambió cuando empezó a juntarse con una gente que se droga, y claro, ahora ella también lo hace, pero antes era una chica encantadora, de verdad, sacaba buenas notas, obedecía…” Cuando uno oye afirmaciones como éstas, siempre salta una pregunta: ¿en serio que el “click” de Dr. Jeckyl a Mr. Hyde se hizo ‘al juntarse con esa gente’?
Normalmente los cambios de conducta son progresivos, poco a poco se dejan atrás hábitos y rutinas y se van introduciendo otros nuevos. Son un conjunto de “pruebas conductuales” que nos indican que hay una transformación, y que se debe reaccionar ante ellas si ese cambio incluye conductas problemáticas como por ejemplo consumir drogas.
Es cierto que un círculo de amigos consumidores es un ‘factor de riesgo’, pero también lo es la ausencia de comunicación en la familia o la falta de normas y límites. La familia debe asumir que debe introducir una serie de cambios en la relación con el afectado, debe entender que hay cosas que tal vez no se pueden prohibir (no quiero que vea a tales personas, o que salga con tal chico) y otras que sí (no quiero que fume porros en casa). Puede que esas amistades facilitaran el inicio y el mantenimiento del consumo, pero es responsabilidad del afectado (con la ayuda familiar) hacer que eso cambie.
4. Culpar a los profesionales de los recursos de tratamiento porque el familiar “no deja las drogas”
Dejar de consumir drogas es un proceso largo, que necesita esfuerzo, motivación y constancia. El afectado que se pone en tratamiento debe lidiar día a día, minuto a minuto con su “antigua” forma de vida, con sus deseos de consumir, con sus amistades que mantienen ese estilo de vida que él intenta cambiar, etc., son muchas tentaciones y muchos cambios. Es usual que haya alguna recaída, que en algún momento se desee tirar la toalla, que se pierda la motivación y la ilusión.
Los profesionales que atienden los servicios de tratamiento AYUDAN al afectado en SU decisión de abandonar el consumo. Es importantísimo entender que NO DEPENDE DE ELLOS que el afectado deje de consumir, no es su responsabilidad. Ellos dan pautas, orientan, asesoran, le acompañan en el camino que él ha decidido seguir, etc. pero al final el esfuerzo, la motivación y la responsabilidad de abandonar el consumo es TERRITORIO EXCLUSIVO DEL AFECTADO.
Una característica común de las drogodependencias es la tendencia del afectado a responsabilizar/culpabilizar a algún elemento externo a él (la familia, los amigos, el trabajo, un divorcio, la pareja, los profesionales del servicio, etc.) tanto de su consumo como de su no abandono; “es que en ese recurso me atienden cada 15 días, no me basta para nada, por eso sigo consumiendo”, o “mi hijo acude a tratamiento ambulatorio en ese centro, pero no le sirve para nada porque luego sale a la calle y consume otra vez”… No es que el servicio “sirva o no sirva”, aquí habría que cuestionarse el nivel de motivación del paciente, ya que, insistimos, él es el que experimentará en sus propias carnes la ansiedad por consumir, los deseos por “pegarse una buena fiesta” y deberá lidiar con todo ello.
ACTITUDES A LA DESESPERADA…
5. No dejarle salir de casa, controlar todo, restringir y limitar en exceso
En el afán por tomar cartas en el asunto de la adicción del otro, es muy típico que la familia (o pareja) asuma un rol de policía-carcelero-administrador-detective (ROL DE PERSEGUIDOR) para que el afectado no se drogue más (no vuelva a mentir, no caiga en tentaciones, no empeore la situación, no “la líe parda”…). Se le retira el dinero (tarjetas de crédito, efectivo, objetos de valor, teléfono móvil, ordenador, etc.), se le pone un horario de entrada/salida de casa (o directamente no se le permite salir solo), se sospecha continuamente la validez de su testimonio, se registra su habitación, los bolsillos de los pantalones, los whatsapps del móvil y las llamadas, etc.
El controlar en exceso hace que el afectado, además de agobiarse, no aprenda a auto-controlarse y a entender que tiene que cambiar las pautas y rutinas que tenía cuando consumía si no quiere recaer en los mismos hábitos. Es como hacerle los deberes al niño, que si no le suspenden… El consumidor tiene que hacerse cargo de todos los cambios que tiene que asumir, entender que no puede relacionarse con la misma gente con la que consumía, ni ir a los mismos sitios donde se drogaba, tendrá que aprender conductas alternativas y todo eso se lo enseñarán los profesionales que lo atiendan en su tratamiento.
6. Tener miedo a introducir cambios o ser más firme respecto a los límites “por miedo a que empeore”
Algunas familias en las que hay un miembro que consume confunden “crear un ambiente calmado” con “evitar conflictos y discusiones con el afectado”; por ello, cuando hay que poner una norma o límite (por muy pequeña que sea) al final se acaba cediendo a los deseos del otro, porque si no éste se enfada, grita o insulta y se genera más tensión de la que ya existe en casa. Es decir, dejan de ponerse límites y de aplicar consecuencias a comportamientos problemáticos por miedo a que la cosa empeore, cuando realmente lo que empeora la situación es la ausencia de normas claras y de consecuencias ante el no cumplimiento de las mismas.
Frases como “pero es que si no le doy dinero seguro que sale a la calle a robar” o “¿pero cómo le voy a echar de casa? ¡Soy su madre! al menos aquí, sé dónde está”, ejemplifican este error.
7. Querer convencerle (incluso a la fuerzacucharilla hasta la tráquea) de que inicie tratamiento
“Le digo que tiene que ponerse en tratamiento pero no me hace caso, así que siempre que puedo se lo recuerdo para ver si espabila y hace algo…” esta situación aumenta la tensión familiar.
NO EXISTEN transfusiones de voluntad, aunque deseemos que el adicto se ponga en tratamiento y estemos convencidos de que es la única solución viable, el afectado tiene que estar de acuerdo y, sobretodo, motivacionalmente preparado. Y no por más que se insista se conseguirán mejores resultados, más bien al contrario: si el familiar se siente agobiado y no acaba de estar seguro de si desea buscar ayuda profesional, lo único que conseguiremos intentando convencerle a la fuerza es que aumenten las discusiones, la tensión y los conflictos cada vez que se aborde este tema o que el consumidor coja puerta y se vaya “para no oírnos más”. Otra vez, el efecto contrario a lo que deseamos.
8. Convertirse en un súper-héroe-salvador (yo conseguiré que te cures) y dejarse la vida en ello
Un error muy común de familiares y parejas de afectados es pensar que con su ayuda incondicional, su entrega y dedicación al 100% conseguirán que el afectado deje las drogas. Se asume el ROL DE RESCATADOR.
A nuestro servicio de orientación telefónico nos llaman familiares para informarse sobre recursos o pedir citas en centros para sus hijos/parejas (con el afectado al lado, que asume un rol “pasivo” en todo el proceso). Entienden el problema como si fuera “su propio” problema, y no es así. Es un problema que le sucede a otro y que les salpica directamente a ellos. Calibrar el grado justo de implicación es muy difícil “ayudar pero sin asumir como propio, que sepa que puede contar conmigo pero que es SU problema”… Implicándose en exceso se corre el riesgo de convertirse en CO-DEPENDIENTE.
Reaccionando ante este error, conviene diferenciar entre “no actuar” (no pagar sus deudas, no resolver sus ‘papeleos burocráticos’ de multas, no pagarle el recibo de la luz, no encargarse de su renovación de paro ni de la pensión para sus hijos, etc.) y “ser indiferente”. Desligarse con afecto es contribuir a que se haga cargo de toda su problemática, y eso ya forma parte de su rehabilitación.
Si queréis saber más o necesitáis orientación sobre cómo mejorar la comunicación o cómo restaurar una comunicación rota con vuestros hijos e hijas adolescentes, contamos con un Servicio de Orientación Familiar SIOF: 900161515. Llámanos y te ayudaremos.