Cada vez que un contenido de ficción violento como “El juego del calamar” se pone de moda me viene a la cabeza la escena de la película “Tesis” en la que una jovencísima Ángela Torrent se tapaba la cara con la mano mientras sus ojos curiosos atisbaban entre sus dedos el contenido sangriento que reproducía su televisor.
Expertos como Juan García, a.k.a. Blogoff ya han hecho más que pertinentes y certeros análisis de por qué niños y niñas no deben ver una serie que, aunque calificada para mayores de 16 años, parece haberse colado, marketing mediante, en algunos patios de recreo.
“El juego del calamar” es una serie surcoreana en la que 456 personas, con escasos medios económicos, participan en una competición que consiste en superar una serie de pruebas basadas en juegos infantiles. A mitad del capítulo 1 descubrimos que, tal y como ya intuíamos, los perdedores son asesinados. Cada “caído en combate” computa 72.918 euros, por lo que el total del premio para el único ganador superviviente asciende a más de 33 millones de euros.
Este argumento es, por otra parte, nada original, pues ha sido explotado por películas como la clásica “Danzad, danzad, malditos” y la adolescente “Los juegos del hambre”, o libros como “La larga marcha”, de Stephen King. Sin embargo, la serie se ha hecho popular, a través de su viralización en redes sociales y el boca a boca hasta convertirse en la serie más vista de Netflix, no estando ni de lejos entre las mejores ofertas de esta plataforma. A pesar de esto, no nos cabe duda de que este domingo, 31 de octubre, las calles se llenarán de monos rojos con máscaras de figuras geométricas y chándales verdiblancos.
Al final de este post haremos un resumen de los motivos por los que niños y niñas no deben ver esta ficción de la gran N roja y abordaremos cómo visionarla en caso de que tu hijo adolescente, mayor de 16 años, tenga intención de hacerlo.
Antes, me gustaría mirar para dentro y entender por qué en algunas personas existe un atractivo, entre lo morboso y lo prohibido, hacia la violencia. Quizá así vislumbremos un poco mejor por qué un contenido lleno de violencia explícita e implícita puede colarse en el ocio infantil.
Desde la Edad de Piedra, pasando por Egipto y Roma hasta llegar a la ficción surcoreana que nos ocupa, la violencia ha estado presente en el ocio y la ficción. Hay quien piensa que esto quiere decir que existe una atracción innata hacia lo que la RAE define como una acción que va contra el modo natural de proceder. Quizá porque encierra un matiz de rebeldía, de contradecir lo establecido, y otro de fuerza y poder, ambas cualidades bien valoradas en el imaginario colectivo.
En concreto, la violencia visual presente en series, películas, libros o videojuegos, nos acerca a esa rebeldía y a ese poder, nos permite experimentar la emoción y la adrenalina sin las consecuencias propias del acto violento, que irían desde el daño infringido en sí mismo hasta las repercusiones psicológicas o legales de esta acción.
Puede que el magnetismo inherente de la violencia provenga del instinto de supervivencia de nuestros primeros antepasados, o que esté arraigado en nuestra parte más pasional e irracional. Quizá sea simplemente la curiosidad hacia lo desconocido, lo no aceptado socialmente o lo prohibido. Recordemos, otra vez, a la protagonista de Tesis cuando decía aquello de “Yo nunca he visto un muerto” con un hilo de voz.
Lo primero que deberíamos preguntarnos es por qué tienen tanto éxito contenidos como “El juego del calamar”, las pelis de Tarantino o el mismísimo “Juego de Tronos”, que chorreaba violencia de todos los tipos habidos y por haber mientras cosechaba audiencia semana tras semana.
Como personas adultas responsables somos perfectamente libres de consumir este tipo de contenidos, aunque, de vez en cuando, no viene mal mirar hacia dentro y cuestionarnos si, como efecto colateral, este tipo de ficciones nos abocan en cierta manera a normalizar la violencia o a insensibilizarnos ante ella.
Ahora bien, lo que no es cuestionable es que niños y niñas no deben ver “El juego del calamar” por tres motivos fundamentales que señala Juan García en su Instagram y recordamos nosotras aquí:
En caso de que tu peque no la haya visto pero de que, de repente, se haya encontrado jugando en el patio a la ya famosa “Luz roja, luz verde” sin entender muy bien qué está pasando, te aconsejamos:
A partir de los dieciséis años, la cosa cambia… Aquí te sugerimos:
Es un hecho que, marketing mediante, la cultura popular acaba llegando a niños, niñas y adolescentes, sea apta para ellos o no. Quizá, más que ante un calamar, estemos ante una pescadilla que se muerde la cola ya que no tiene mucho sentido que nos sorprenda que “El juego del calamar” sea el disfraz de moda cuando, desde todos los ámbitos de la sociedad no dejamos de hacer eco de la serie y, de alguna manera, contribuir al hype desatado en Internet.
En este artículo Iñaki Ortega hila un poco más fino para recordarnos que “mientras nos ciega la tinta del calamar” no se habla sobre desempleo juvenil y otras problemáticas de fondo que, dentro de pocos años, darán más miedo a la infancia y adolescencia de hoy que cualquier noche de Halloween.