Hay expresiones que, cuando te paras a pensar en ellas, quizá deberían empezar a reformularse. Por ejemplo: “Esto es un quiero y no puedo.” Todos y todas la hemos usado alguna vez. Seguramente para referirnos a alguien que trata de aparentar lo que no puede conseguir y lo expresa con cierta frustración. Pues bien, si existe un lema para toda una generación de jóvenes en nuestro país parecer ser, precisamente, ese: Somos los que queremos y no podemos. Queremos irnos de casa pero, para muchos y muchas, resulta poco menos que imposible.
A lo largo de estos meses se ha hablado mucho de los principales obstáculos que encontramos los y las jóvenes para poder independizarnos: la subida imparable del precio del alquiler (pasando de media de 700€ en 2015 a 863€ en 2018), la proliferación de los contratos temporales (de 37,3% en 2008 al 64,2% en 2018), la necesidad de los y las jóvenes de aportar todo lo que puedan a sus familias… Tampoco se ha olvidado la perspectiva de género, descubriendo cómo las mujeres jóvenes se independizan antes en nuestro país, pero lo hacen mayoritariamente en pareja; al contrario que los hombres, quienes tienden a irse de casa más tarde pero en solitario o con otros compañeros de piso. También se ha puesto de manifiesto que el número de jóvenes extranjeros que llegan a nuestro país en busca de trabajo ha disminuido desde 2008, convirtiéndose, además, en el grupo que más ha visto reducida la posibilidad de trasladarse de una provincia o comunidad a otra (más de un 25% menos).
Todos estos datos son una realidad, una que hemos podido constatar gracias al estudio deJordi Bosch Meda y Joffre López Oller: «El impacto de la crisis en los patrones de movilidad residencial de las personas jóvenes en España”, de la colección de Ayudas la Investigación del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad. Como en toda investigación que se precie, esta ha recurrido a fuentes rigurosas y contrastadas, aportando observaciones que nos permiten construir una idea, no sólo de la situación de eso que a veces suena tan difuso como “la juventud”, sino de tantos matices como historias existen detrás de cada proceso de emancipación juvenil.
Como la historia de Carol, 29 años, quien decidió estudiar lejos de casa. “Me mudé a Granada, a estudiar y trabajar al mismo tiempo. Allí el alquiler era más barato, pero lo pasé bastante mal con esto de tener que compaginar el trabajar y el estudiar. A lo largo de mi vida me habré mudado como 20 veces y eso estaría bien que cambiase.” El problema de poder contar con una vivienda estable aún cuando no nos mudamos de una ciudad a otra aparece como una constante en estas historias.
Stefano no tuvo demasiados problemas a nivel laboral cuando, a los 20 años, comenzó a plantearse la idea de querer independizarse. Además, el alquiler en su ciudad resultaba algo más asequible. Por aquel entonces, Stefano vivía en Génova, Italia, en la que existía una notoria diferencia de precios con respecto a una ciudad como Madrid ahora, donde reside. “Hablando con mi padre, me cuenta cómo en su época tan sólo hacía falta invertir un tercio de tu sueldo para pagar un alquiler, viviendo solo. Ahora hace falta por lo menos gastar la mitad.” No obstante, aunque sea del grupo de los más veteranos (aquellos que ya conocen la treintena), nos confiesa cómo, pese a tener trabajo ya desde joven gracias a un programa de formación profesional estatal, el sueldo que ganaba por aquel entonces no le permitía alquilar una vivienda para él solo. “Desde que me independicé, he pasado como diez años compartiendo piso hasta poder aspirar a algo por mi cuenta.” De nuevo, la precariedad laboral hace acto de presencia.
En las redes sociales, especialmente en los debates suscitados en Facebook, también hemos podido conocer las diferentes posturas y experiencias de los y las jóvenes a la hora de enfrentarse al reto de la emancipación. Testimonios que siempre surgen cuando los datos ponen el dedo en la llaga de lo que de verdad nos afecta. Ojalá el esfuerzo de visibilización del problema que se ha realizado estos meses desde el Centro Reina Sofía de Fad haya servido para que sigamos compartiendo nuestras historias de “quieros y no puedos” y, ojalá, algún día, también “de quieros y puedos”.