(Madrid, 29 de octubre de 2019).- La Fundación SM y Fad, a través del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, acaban de publicar el trabajo conjunto “Protagonistas y espectadores”, un retrato de la juventud española desde sus discursos individuales y colectivos.
Protagonistas y espectadores es una publicación que consta de dos volúmenes. El primero, Una mirada longitudinal sobre la juventud española, da respuesta a cómo los jóvenes han ido respondiendo a los hitos históricos de los últimos cuarenta años: la transición democrática, la burbuja del bienestar, la revolución tecnológica y la crisis financiera. El segundo volumen, Los discursos de los jóvenes españoles, pone el foco en el momento presente y en los relatos de la propia juventud para poner en valor su papel como actor cultural, político, tecnológico, ético y económico.
El estudio ha contado con la participación de autores y autoras como, por ejemplo, Eusebio Megías, asesor del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud; Javier Elzo, catedrático emérito de la Universidad de Deusto; Almudena Moreno, profesora titular de la Universidad de Valladolid; Ignacio Megías, socio fundador de Sociológica Tres, Juan María González-Anleo, investigador de la Fundación SM o Ana Rubio Y Patricia Tudela, técnicas de investigación del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad.
40 AÑOS DE JUVENTUD EN ESPAÑA, LOS DATOS
El presente de los y las jóvenes españoles no es en absoluto fácil, como tampoco lo ha sido en el pasado, según se comprueba en la evolución de los indicadores analizados sobre diferentes cuestiones como la demografía, las tasas de riesgo de pobreza y exclusión social y las dificultades que experimentan en sus transiciones a la vida adulta, como la emancipación y el empleo.
Desde hace décadas, y en sintonía con otros países del ámbito europeo, la proporción de jóvenes ha experimentado descensos notables, debido principalmente al efecto de la caída generalizada y muy abrupta de las tasas de natalidad, especialmente desde los años noventa del siglo pasado. Es obvio que, en la cuestión demográfica, España se encuentra en una situación difícil de cara al futuro, pues es uno de los países del mundo con menor número de hijos por mujer, fenómeno que pone en peligro a futuro el sistema social de garantías, cuyo ejemplo más palmario son las pensiones.
Eso sí, en contrapartida, las tasas de mortalidad entre los y las jóvenes españoles son excepcionalmente bajas y la esperanza de vida una de las más altas de la Unión Europea y del mundo. Hace décadas que ya se superaron los notables incrementos en la tasa de mortalidad entre los y las jóvenes españoles debido a los efectos del sida, accidentalidad y otros fenómenos como las muertes por consumos abusivos de sustancias, que incidieron sensiblemente en el aumento de la mortalidad entre finales de los años ochenta y principios de los noventa.
Los decrimentos de la tasa de natalidad son compensados, en cierta forma, por las migraciones procedentes del exterior. En este momento, los hijos de padres inmigrantes (padre, madre o ambos) representan aproximadamente el 16% de la población joven entre 15 y 29 años, cerca de 900.000 personas. Si se toman en cuenta a los menores de 15 años, son el 23,7%. España se mezcla y se hace más variada, cuando menos entre los y las jóvenes.
No obstante, los ciclos económicos han influido notablemente en el saldo demográfico, pues desde el 2008 hasta bien entrada la actual década las salidas de jóvenes fueron muy importantes y las entradas se redujeron sustancialmente. En estos últimos años, el saldo de entradas se ha invertido; entran más jóvenes y salen al exterior también menos jóvenes que en los años más duros de la crisis, el trienio 2011-2013.
En cuanto a la educación y el empleo, bases fundamentales para la inserción de los y las jóvenes, lo más notorio es que, pese a las mejoras sustanciales de las cualificaciones académicas que se han experimentado en las últimas décadas, los datos continúan mostrando una situación no excesivamente satisfactoria.
Los jóvenes con estudios básicos conforman una buena mayoría entre 15 y 29 años, alrededor del 40%; la formación intermedia (sea los estudios de Bachillerato generales o la formación técnica de FP) alcanza a un porcentaje aproximado del 33% y sólo en los niveles superiores los y las jóvenes españoles muestran un buen nivel de cualificación, pues se superan las proporciones de jóvenes con estudios superiores con respecto a la media europea. Por otro lado, las tasas de abandono escolar temprano han mejorado, y mucho, en los últimos años, pero tienen un nivel relativamente alto; cerca del 18% de los chicos y chicas (bastante más los primeros) abandonan los estudios de forma prematura en el último año de referencia, 2017, proporción notablemente más alta que los países de la órbita UE-28.
Pese a ello, se está lejos de las espectaculares tasas de abandono temprano de las décadas de los ochenta y noventa del pasado siglo. Es evidente que un nivel de cualificaciones como el que presentan los y las jóvenes españoles impacta de forma decidida en su potencial de empleabilidad. Conformarse con un nivel básico de estudios representa un grave problema para encontrar trabajo, problema que se atenúa cuando aumenta el nivel formativo.
Pero también nos encontramos con la sobrecualificación: la proporción relativamente elevada de licenciados o graduados en estudios superiores no es bien absorbida por el tejido productivo español, que manifiesta un elevado déficit de jóvenes formados en los niveles técnicos, la famosa FP, históricamente infravalorada como alternativa laboral.
A este problema de cualificación de los y las jóvenes españoles, especialmente en los niveles técnicos de FP, del que constantemente alertan empresas y organismos educativos y gubernamentales, se suman las graves deficiencias del mercado de trabajo nacional. Los y las jóvenes soportan una muy elevada tasa de paro, y cuando consiguen un empleo, la precariedad del mismo.
La cifra de trabajadores jóvenes con contratos temporales sobre el total de trabajadores jóvenes es sencillamente espectacular (cerca del 60%) y la de jóvenes con jornada parcial involuntaria tampoco es en absoluto positiva, con cerca del 64% sobre el total de jóvenes con jornada parcial. Y las mujeres lo sufren en mayor medida que los hombres.
Las desigualdades han crecido exponencialmente como efecto de la profunda crisis de la que apenas se ha salido hace pocos años. Alrededor del 35% (bastante más que la media UE-28) de los jóvenes hasta los 29 años se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social, es decir, no alcanza el 60% de los ingresos medios del país.
No es en vano que estas cifras desalientan profundamente o directamente impiden a los y las jóvenes emanciparse, salir del hogar familiar para encarar su propio desarrollo vital autónomo. La edad media de emancipación es de las más altas de Europa (cerca de los 29 años, aunque hay que decir que esta media no ha experimentado profundos cambios en el periodo analizado, es decir, no hay que descartar ciertas pautas culturales en el comportamiento emancipatorio de los y las jóvenes españoles). Y tampoco alientan a desarrollar un proyecto familiar personal (la tasa de natalidad media es de 1,21 hijos por mujer).
En el balance positivo queda la percepción de los y las jóvenes españoles sobre su estado de salud. Una mayoría refleja constantemente, año tras año, que su estado de salud es muy bueno o bueno, siempre por encima de sus coetáneos europeos. Sufren de pocas limitaciones físicas, o de trastornos psicológicos como la depresión u otras afecciones psicológicas, en las que se colocan por debajo de sus compañeros europeos. También fuman menos y tienen a consumir menos alcohol que en años pasados, aunque consumen más cannabis.
LOS PROBLEMAS DE EMPLEO, FACTOR MÁS INFLUYENTE EN LA JUVENTUD ESPAÑOLA
En el periodo analizado (1979-2019), existen cuatro hitos históricos a los que se atribuye un impacto social transformador en la juventud española: la revolución cultural y política de la “transición”; la desregulación laboral; el estallido de la burbuja económica y la crisis subsiguiente; y el impacto de las TIC en las dinámicas relacionales.
Desde la perspectiva de los factores estructurales el elemento más significativo, sin duda alguna, está referido a los problemas de empleo.
Las características de la economía y del mercado laboral español hacen que cualquier crisis económica suponga un efecto devastador sobre el empleo, especialmente en el juvenil. Así, el desempleo de los y las jóvenes ha sido una preocupación constante, llevada al extremo en las dos últimas décadas.
Especialmente desde la desregulación del mercado laboral que se produjo en 1984. Esa desregulación supuso la institucionalización de la precariedad y la volatilidad en el empleo juvenil, modificando sustancialmente los proyectos de vida.
Obviamente el desempleo supuso unas importantes repercusiones en los procesos de transición a la vida adulta, en la emancipación (ya condicionada por factores de tipo cultural) o en la constitución de la propia familia. Esas transiciones se hicieron mucho más complejas y erráticas, y más dependientes de circunstancias y apoyos personales.
La derivada más trascendente de la desregulación y de las crisis de empleo es el ensombrecimiento de las perspectivas existenciales de las personas jóvenes. Los y las jóvenes parecen haber institucionalizado desde entonces la inseguridad, desconfían del futuro, asumen la quiebra del “estado de bienestar” y la parálisis del “ascensor social”; es la primera generación, desde hace muchas décadas, que cree que sus hijos vivirán peor que ellos.
Otra consecuencia indeseable de las circunstancias descritas es el agravamiento de las desigualdades, la profundización de la brecha social. Las dificultades para la inclusión laboral, la desigualdad de oportunidades en la preparación para la empleabilidad, hacen que se agudicen las desigualdades y que aparezca un grupo importante de jóvenes en riesgo de exclusión.
LOS CAMBIOS EN EL OCIO Y LOS VALORES JUVENILES POR LA CRISIS: DEL HEDONISMO A LA REIVINDICACIÓN DE VALORES TRADICIONALES
La presencia, sobre todo en los años 80 del siglo pasado, de cambios drásticos en los referentes sociales y en el contexto político, junto con el acceso a unas dinámicas de mayor libertad y, posteriormente, los efectos de la desregulación señalada, facilitaron la construcción y desarrollo de unos nuevos modelos de ocio joven significados por la búsqueda de la identidad joven y por el conflicto generacional. Fue una forma de ocio muy potenciada por absorber los ingresos procedentes de unos empleos, precarios e irregulares, insuficientes e ineficientes para transitar a las exigencias de la vida adulta.
La rápida estigmatización social de este modelo, por sus elementos de confrontación, por sus componentes de exceso y por incorporar elementos de riesgo, sobre todo consumos abusivos de alcohol y secundariamente de drogas ilegales (la movida, la ruta del bacalao, etc), no impidió la explotación y comercialización del mismo ni su influencia en las “modas” adultas.
Todo esto facilitó que, unos años después, bajo el influjo del desarrollismo económico definido por la burbuja inmobiliaria, se institucionalizara una representación de la juventud como una etapa despreocupada, hedonista, ajena a las responsabilidades, definida por el ocio: “el parque temático juvenil”.
En esa situación de optimismo económico, en la que el “parque temático” de los jóvenes concuerda plenamente con el clima social del momento, viene a incidir la crisis de finales de la primera década de este siglo. Esta crisis, con sus graves secuelas centradas en el desempleo, con la quiebra del “estado de bienestar”, viene a agudizar el pesimismo y la desconfianza en el futuro de hombres y mujeres jóvenes y, junto con la extensión de los sentimientos ya apuntados de desesperanza y desconfianza en el futuro, da lugar a derivaciones significativas:
LAS TIC Y SU INFLUENCIA EN LAS DINÁMICAS RELACIONALES
Las TIC han tenido una especial incidencia en la manera de “estar en el mundo” de los jóvenes en los últimos tiempos.
En el campo de la información, junto con enormes beneficios, las TIC también han significado una ruptura de límites en el caudal de contenidos, condicionando una dificultad clara para discriminar y una facilitación de “autoeducación”.
No hay que insistir en el capítulo de riesgos para la población juvenil, nuevos o ampliados, que estas tecnologías suponen y que ocupan gran parte de las preocupaciones y de la atención de la sociedad adulta, las invasiones de la privacidad, el acoso o las posibles dependencias.
Especial significación tienen las TIC, sobre todo las redes sociales, en la preparación, el desarrollo y la exhibición del ocio juvenil, hasta el punto de significar cambios en la jerarquización de las prioridades y objetivos: probablemente más importante que el disfrute de lo que se hace es contarlo y provocar la reacción de otros.
Otro aspecto, de orden distinto, que muestra la importancia de las TIC entre los jóvenes es la correlación que se da entre ellas y el activismo social y político, con las nuevas formas de actuación. Las protestas, el establecimiento de objetivos, las plataformas partidarias, la movilización y las convocatorias, las relaciones internas en los partidos, muchas tomas de decisión, se establecen desde y con las redes, y sin éstas perderían su carácter y su potencialidad. A las redes y a Internet se debe una buena parte de esa reactivación de la política entre los jóvenes que antes se mencionaba.
LA PERSPECTIVA DE GÉNERO
No puede hablarse de la evolución de los y las jóvenes en España sin referenciar los cambios en las perspectivas de género. Es obvio que, desde los modelos patriarcales consagrados por el poder político y religioso del antiguo régimen y anclados en las fórmulas sociales más tradicionalistas, muchas cosas han cambiado. Las nuevas generaciones defienden desde un acceso más libre de todos a la sexualidad hasta fórmulas más justas y equitativas de distribución de responsabilidades entre géneros, pasando por una mayor aceptación y tolerancia frente a diversas identidades de género. Además, los últimos movimientos de reivindicación feminista y de protesta frente a la violencia de género han propiciado claros avances en este sentido.
No puede negarse sin embargo la persistencia de discriminaciones respecto a las supuestas características, capacidades y afinidades de hombres y mujeres, que están en la base de las desigualdades; ni la de situaciones de violencia, de momento de baja intensidad, entre adolescentes y jóvenes, en el seno del grupo de amigos o en las parejas. Sobre todo en las cruciales edades de la adolescencia, cuando las identidades definitivas se cierran, la investigación demuestra que el proceso de igualación tiene aún amplio recorrido entre chicas y, sobre todo, chicos.
LOS DISCURSOS DE LOS JÓVENES: El PRAGMATISMO COMO TABLA DE SALVACIÓN
Hoy en día, los y las jóvenes viven en la incertidumbre (imposibilidad de proyectar la vida a largo plazo) y la inseguridad (laboral, económica, emancipatoria) lo que provoca un presentismo obligado que ellos y ellas afrontan desde el pragmatismo y desde la necesidad de reducir al máximo las probabilidades de frustración y desengaño.
En la esfera personal, esto se traduce en que consideran que su principal responsabilidad son los estudios. Si nos trasladamos al plano colectivo, los y los jóvenes hablan de “compromiso”, que se entiende voluntario y sujeto a necesidades y posibilidades, desde una perspectiva pragmática. Lo que implica que es un compromiso mucho más débil y revisable.
Además, el compromiso es un valor muy marcado por su asimilación con las relaciones sentimentales y de pareja. Resulta un lugar común hablar del “miedo al compromiso” casi como actitud que se espera de ellas y ellos.
Frente a los argumentos más críticos y descreídos, que se apoyan en el pragmatismo más absoluto, hay temas como el feminismo, el ecologismo y la diversidad en los que se considera que se han producido avances y conquistas, en relación directa con los valores, y con especial protagonismo de los y las jóvenes.
En un contexto que propicia elevados niveles de gestión de la propia persona, de las relaciones, de la imagen, de la agenda y de las rutinas, lo único que no se puede gestionar, o al menos no se encuentra la clave para ello, son las emociones y los afectos.