Cuánto controlas de los… psicofármacos
Cuando se atraviesa un momento vital, difícil, contradictorio, muchas cosas se nos hacen cuesta arriba. La preocupación ante un futuro incierto crece; estudios, situación laboral… Luchar por nuestras prioridades y deseos, gestionar la frustración de no conseguirlos, enfrentarnos a retos, a la solución de nuestros problemas y conflictos… producen tensiones que necesitamos aliviar.
Estas situaciones de angustia personal, agudizadas tras la COVID-19, pueden acabar afectando a nuestra salud mental, y provocando la necesidad de buscar apoyos para encontrar de nuevo nuestra estabilidad.
Entonces, tras la adecuada valoración profesional y contar con la prescripción médica, podemos recurrir a los llamados psicofármacos. Que, utilizados de forma correcta, se han convertido en herramientas muy útiles para luchar contra la ansiedad, el insomnio, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), la depresión, trastornos delirantes, enfermedades maniaco-depresivas, esquizofrenia o problemas afectivos, entre otros.
De uso legal, influyen en nuestros procesos mentales, propiciando cambios en el comportamiento. Es decir, tienen un efecto estimulante o sedante, según lo que la persona necesite. Antipsicóticos, estabilizadores del estado de ánimo, antidepresivos, anti maniacos, psicoestimulantes… O los prescritos para reducir la ansiedad, como los ansiolíticos, o para inducir al sueño.
El problema surge al consumir sin prescripción médica. Y, en España, según los datos del Barómetro Juvenil del Centro Reina Sofía de Fad Juventud, la mitad de los jóvenes que reconoce haber tomado psicofármacos, los consume sin prescripción médica.
Debemos trabajar en buscar qué es lo que nos hace sentir mal y por qué y, así, encontrar la solución adecuada; y en ocasiones duradera, ya que se pueden llegar a administrar durante un tiempo mayor que otros fármacos.
El problema surge cuando empezamos a consumir sin prescripción médica, sin estar asociado a una enfermedad mental. Y, en España, según los datos del Barómetro Juvenil elaborado por el Centro Reina Sofía de Fad Juventud, la mitad de los jóvenes que reconoce haber tomado psicofármacos, los consume sin prescripción médica, y sin tener un trastorno asociado. Algo que se acentúa en el caso de los hombres y en la población con edades comprendidas entre los 15 y 19 años, rozando estos valores el 60%. De hecho, tenemos el dudoso mérito de ser el país que más benzodiazepinas toma del mundo; empleadas para tratar la ansiedad, el insomnio o los trastornos emocionales.
Muchos buscan regular las emociones y el estrés del día a día, recomendados por un colega, se ven como una solución rápida y fácil para sentirse mejor. Y otros están viviendo sus primeros coqueteos con el consumo de sustancias, y estas son baratas y de relativo fácil acceso.
Pero pasar de un uso justificado bajo prescripción médica a uno sin control, puede conducir a problemas e incluso a la llamada “adicción silenciosa”, que puede afectar tanto de forma fisiológica (a diferentes órganos de tu cuerpo), como cognitiva (pensamiento recurrente hacia el consumo) y conductual (realizando acciones para conseguir ese consumo).
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Los psicofármacos son sustancias estimulantes o depresoras y, dependiendo del fármaco y de su familia de procedencia, pueden ser un derivado del ácido barbitúrico o malón, o de una benzodiacepina.
Se conocen como ansiolíticos, antipsicóticos, antidepresivos, diazepam, bromazepam, benzodiazepinas, pisco-fármacos, cocktails farmacéuticos, barbs, benzos, balas azules, dulces, downers, gorilas, planks, píldoras para dormir, pink ladies, totem poles, tranks, zanies y z-bar.
Y su origen lo encontramos en la prometazina, considerada el primer psicofármaco a partir del que surgieron las expectativas de tratamiento de las enfermedades relacionadas con la salud mental.
Desde entonces se desarrollaron nuevas investigaciones que lograron llegar al litio en 1949, cuyo uso como primer psicofármaco moderno gozó de una gran eficacia como antimaníaco. La revolución llegó con el descubrimiento de la clorpromazina, primer medicamento utilizado para el trastorno psiquiátrico.
Los psicofármacos los podemos encontrar en gotas, grageas, pastillas, ampollas o supositorios y se administran de forma oral, rectal o inyectable.