Cuánto controlas del… alcohol
El alcohol es una droga, conviene empezar por ahí… Una droga legal, muy presente en la vida diaria de nuestro país, que nos acompaña en nuestros momentos de celebración y que encontramos en prácticamente todos los hogares. De hecho, según los datos de las últimas encuestas oficiales —como la de EDADES y ESTUDES—, es la sustancia más consumida.
Esa cercanía hace que a veces no veamos sus riesgos y perdamos el foco. No asociamos su consumo con consecuencias demasiado graves, ya que es una droga que no consideramos como tal. Tomar unas copas o unas birras está tan socialmente aceptado, que no lo percibimos como un hábito de riesgo.
¿Por qué (demonios) está mal que beba alcohol si todo el mundo lo hace? ¿Qué daño me puede hacer si mis padres y amigos toman unas copas o unas cervezas?
Beber alcohol no es bueno ni malo en sí mismo. Salvo que seas menor y entonces la policía quizá tenga algo que decir…
Tú decides, pero debes ser consciente de los riesgos que corres y preguntarte: ¿necesito beber siempre cuando salgo? ¿Si no hay copas no me divierto?
Normalizar el alcohol puede llevar a creer que beber es lo normal cuando quedas con amigos o amigas, o como paso previo a salir de marcha. Y esa búsqueda de emociones a través del alcohol, en todas sus versiones, sea cerveza, ron, chupito, caña, cava, tinto, cubata, litro, maceta, cachi… tiene implícita una sesgada visión del riesgo y de las posibles consecuencias.
Beber me permite ser más libre, ser más yo… Puedo formar parte de un grupo y cuando nos juntamos a beber conocemos a más gente. Ligas más. Todo es más fácil.
No debemos olvidar que es una droga depresora y que las distintas bebidas y combinados —sean obtenidos por fermentación o destilación, con diferente graduación (concentración de alcohol), color, sabor, presentación y embotellado— tienen unas consecuencias físicas, psicológicas, sobre la salud y la seguridad que muchas veces no valoramos correctamente.
Queremos vivir experiencias y, si el alcohol nos las da, repetirlas. Nos hemos habituado y, en algunos casos en los que perdemos el control, se puede convertir en la puerta de entrada a otras sustancias, a probar algo nuevo.