En primer lugar nos centraremos en el maltrato escolar realizado física o presencialmente. Por facilitar algún dato que dimensione la naturaleza de este problema, podríamos señalar que, según datos de UNICEF, en su informe mundial de 2018, uno de cada tres escolares de entre 11 y 15 años de edad, refieren haber sufrido una situación de violencia en su centro escolar en el último año.
Para que se dé esta, es necesario que se den tres factores básicos, una víctima (indefensa) atacada por uno o varios sujetos agresores, en una relación de poder desigual, en un tiempo prolongado y de manera repetida, siendo la agresión de tipo físico, verbal o psicológica.
El proceso de maltrato que se da en el acoso escolar es definible en varias fases, que comienzan con un desencadenamiento y, progresivamente, se incrementan en frecuencia, hasta conseguir, en determinados casos, si no de detectan o atajan, la exclusión escolar.
El origen supone el establecimiento de una víctima no como alguien aparentemente diferente o vulnerable por alguna razón, sino cualquiera, a veces por algo tan sencillo como cometer un error, destacar positiva o negativamente por alguna circunstancia concreta, de cualquier tipo, cualquier detalle parece que puede bastar para que la persona o personas agresora/s se fije en alguien y decida convertirlo en su víctima.
Se avanza a posteriori en el hostigamiento, hasta alcanzar niveles de importantes afectaciones de carácter psicosomático. Una parte importante de casos de acoso escolar se zanja, al final del largo proceso, con la salida de la víctima del colegio, bien por autodecisión o por exclusión institucional.
No obstante, cada vez son más numerosos y efectivos los programas de prevención (una gran mayoría protagonizados directamente por los iguales), que están actuando positivamente en reducir estas situaciones. Parece, además, que la evidencia señala que la clave de su eficacia reside en la rapidez de la actuación escolar y familiar y, en el caso de la institución educativa, particularmente en el hecho de que de una manera directa, unívoca, pero rápida, se traslade a quien acosa o maltrata la idea de que su conducta es absolutamente intolerable.
En cuanto a las diferencias de género, no parece existir acuerdo entre una mayor prevalencia de personas acosadas o acosadoras en un género u otro, pero sí en que niños y adolescentes suelen decantarse más por la agresión física y las amenazas directas mientras que las niñas atacan a la víctima aislándola y excluyéndola, intentando bloquearla socialmente.
Acoso y maltrato en la red. Como hemos señalado, otro tipo de violencia destacable es la que se produce o reproduce a través de las redes sociales e Internet. En estos casos se definen a partir de dos elementos básicos:
- El ejercicio de crueldad deliberada con otra persona mediante el envío o publicación de material dañino o la implicación de otras formas de agresión social usando internet u otras tecnologías digitales.
- Si es acoso, debe, además, ser una conducta agresiva e intencional que se repite de forma frecuente en el tiempo, se lleva a cabo por un grupo o individuo mediante el uso de medios electrónicos, y se dirige a una víctima que no puede defenderse fácilmente por sí misma.
Aunque puedan existir aspectos diferenciales, el maltrato o la violencia ejercidos a través de Internet o las redes sociales suponen un número mucho más alto de espectadores respecto de la violencia tradicional. Ello aumenta espectacularmente los efectos, sin olvidar las escasas o en la mayoría de los supuestos nulas posibilidades de identificar al agresor, circunstancia que además de aumentar la impunidad de este último también multiplica la indefensión de la víctima.
Se constata, asimismo, que las víctimas suelen sufrir un daño relevante en su autoestima y autoconfianza, acompañado también de problemas académicos (violencia y fracaso escolar, absentismo), así como dificultades en el establecimiento de relaciones interpersonales. En este sentido, tras un ataque online, las emociones más frecuentes que viven las víctimas de este tipo de acoso son el disgusto, enfado, tristeza, miedo, soledad, depresión.
No debe obviarse que también las familias y el entorno cercano a la víctima sufren un daño, habitualmente aparecen cuadros depresivos (sobre todo en aquellos casos en que las consecuencias sean más severas). Es, por ello, extremadamente conveniente que cuenten con quien hablar y que les asesoren.
Incluso la persona agresora también sufre o sufrirá daños por déficits de personalidad. Estudios indican en estas personas mayor probabilidad que el resto de sufrir rasgos depresivos y problemas de comportamiento. Poseen un bajo grado de funcionamiento psicosocial y la predisposición a padecer problemas de ajuste psicológico; fracaso y absentismo escolar. Entre las principales consecuencias de estos actos estarían la destrucción de sus redes sociales de apoyo, el rechazo social, la vergüenza, una mayor probabilidad de repetir el comportamiento violento en futuras relaciones y la posible respuesta judicial.
Como resumen indicativo de todo lo comentado, podemos señalar que, según datos de un informe realizado por la Fundación Mutua en 2018, en España:
- Uno de cada cuatro casos de acoso escolar se produce en la forma de ciberbullying.
- Alrededor del 90% de los menores que sufren acoso escolar tiene problemas psicológicos (ansiedad, depresión y miedo permanente).
- Más de la tercera parte de los que lo sufren no se lo cuenta a sus padres. El resto tarda entre 13 y 15 meses de media en pedir ayuda.
- La edad media de las víctimas de acoso escolar se sitúa en los 11 años y en los 13,5 años en el caso de los que padecen ciberbullying.
En este tipo de violencias, asistimos a:
- Vejaciones por correo electrónico o mensajería instantánea.
- Mediante el teléfono móvil, a través de llamadas.
- A través de redes sociales, mediante perfiles y cuentas falsas o con usurpación de la identidad de la víctima o de terceras personas.
- El desprestigio en la web
- Grabaciones o “Happy Slapping”, ataque inesperado sobre la víctima grabado y difundido a través de un teléfono móvil.