La adolescencia es un período de importantes cambios personales, entre los que cabe destacar el inicio de la actividad sexual, un área que está pasando a ser un aspecto integral de la persona, en pleno proceso de construcción de su identidad.

Los y las adolescentes españoles tienden a iniciar relaciones sexuales completas cada vez más precozmente, con un patrón definido por diversos elementos, entre los que existen determinados niveles de riesgo, que requieren, sin duda, una actuación preventiva para la reducción efectiva de su influencia.

Las relaciones sexuales que establecen están, principalmente, caracterizadas por el coitocentrismo, así como una mejorable prevalencia de utilización de métodos anticonceptivos, siendo el preservativo el más utilizado, pero de manera inconstante.

El nivel adecuado de salud sexual y calidad de vida de los adolescentes que está amenazado desde estas conductas de riesgo tiene que ver con la vulnerabilidad que despiertan frente al contagio del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), otras infecciones de transmisión sexual (ITS) y los embarazos no deseados.

Hay, además, toda una construcción social estereotipada por género de la presencia y actividad sexual de los y las adolescentes. Los estudios indican cambios en las últimas décadas, pero, aun así, siguen apreciándose en gran medida las desigualdades de género en salud sexual y reproductiva.

A este respecto, Fad pone a disposición datos sobre sexualidad juvenil procedentes del Barómetro sobre Juventud 2017 del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de Fad.

Entrando en el tema

Fad apuesta por una clara integración de la prevención de las conductas sexuales de riesgo en el marco más amplio de la educación afectivo-sexual. Desde esta perspectiva, se posibilita un abordaje integral, que incluya aspectos relacionados con la información disponible (factores cognitivos), con las actitudes adolescentes hacia dichas conductas (factores actitudinales e intencionales), así como con elementos directamente relacionados con los comportamientos en sí (factores conductuales).

La evidencia ha demostrado que en la prevención de estas conductas de riesgo (al igual que en otras), el simple hecho de facilitar información es necesario pero no suficiente para impedir su realización o siquiera para reducirla significativamente.

Por el contrario, como sucede con otras conductas, la calidad y efectividad de las iniciativas preventivas mejora cuando, aunque contengan objetivos o elementos informativos, pretendan ir más allá, fomentando espacios para el debate y la reflexión sobre las actitudes y el proceso de toma de decisiones, incluyendo en ese proceso las cuestiones de enfoque crítico respecto de los riesgos y los beneficios esperados en cada decisión.

Asimismo, no debemos olvidar una serie de circunstancias propias de la adolescencia y que condicionan la conducta y, por tanto, su prevención. Nos referimos especialmente a:

  • Transformaciones corporales. La aparición de rasgos sexuales secundarios conlleva que uno de los conflictos más importantes sea la búsqueda de la identidad sexual y el aprendizaje de roles sexuales. Se explora la propia sexualidad, tanto en relaciones heterosexuales como homosexuales. Se produce también una reafirmación de la fertilidad.
  • Necesidad de experimentar. Curiosidad por conocer y probar, así como una evidente tendencia a hacer, a actuar, hace que pasen fácilmente del pensamiento al acto, teniendo en cuenta el proceso de desarrollo en el que se encuentra la parte pre-frontal del cerebro, encargada de la decisión y la voluntad.
  • Importancia decisiva del grupo de iguales. El alejamiento de la familia se produce junto a una identificación con grupos de amigos y amigas, quienes ejercen una gran influencia sobre el comportamiento individual, particularmente sobre la percepción de lo que es y no arriesgado, de lo que es o no esperable de alguien, en este y en otros terrenos.
  • Apetencia por el riesgo. Los cambios físicos que experimenta el adolescente se acompañan de cambios psicológicos que le llevan a la búsqueda del riesgo y placeres inmediatos, minimizando sus consecuencias negativas, percibidas sólo como remotas.
  • Sobrestimación de la propia invulnerabilidad, que le hace pensar que aquello que ocurre a los demás no le sucederá a él, ya que es el prototipo de salud y energía. Por este motivo, aunque sepan que existe la posibilidad de un embarazo en una relación sexual no protegida, suelen mantenerlas con la convicción de que es muy difícil que les suceda precisamente en su caso, idea irracional que se refuerza si finalmente no ocurre nada.
  • Actuaciones en función de creencias o “mitos” erróneos y no cuestionados. Tanto Een jóvenes, como en adultos, existen creencias que forman parte de estereotipos sociales marcados; estos facilitan que haya actitudes favorables o contrarias a determinadas actuaciones. Ejemplos de estereotipos pueden ser: «que el uso de preservativos tenga efectos negativos en la relación sexual (no se nota lo mismo)»; «no se puede padecer el SIDA porque no se es ni homosexual ni drogadicto»; «si no tienes relaciones eres una “estrecha” o poco “lanzado”», etc.
  • En directa relación con esas creencias, se encuentra la actuación bajo los parámetros marcados por el discurso social dominante. La adolescencia es un periodo de aprendizaje personal y vicario, muy vinculado con lo socialmente definido como “ser joven”. Se trata de un estereotipo que lleva a explorar riesgos, a probar límites, como algo esperable y “normal” en alguien de estas edades. Es importante aquí señalar que eso es algo que se aplica sobre todo a chicos, ya que ellas se encuentran enormemente condicionadas por un discurso social que marca una notable desigualdad de género: el discurso las señala como las potenciales víctimas de los riesgos (embarazo no deseado, violencia, etc.), y, por ello, las responsables de su prevención y seguridad. Todo ello en un contexto en el que es a ellas a las que se les demanda valores como control, precaución y responsabilidad y a las que se les connota negativamente si actúan de modo promiscuo o incauto.
  • Finalmente, señalar que los efectos del consumo de sustancias como el alcohol o el cannabis (psicoactivos de mayor prevalencia en la población española), entre otras, influyen en la práctica de un sexo más o menos seguro, pues modulan la decisión.

Prevención, control de los riesgos

Como estrategias para realizar prevención de problemas relacionados con conductas sexuales de riesgo, podemos indicar:

  • Perseguir como objetivo la búsqueda de momentos o situaciones en los que el riesgo se haya reducido o desaparecido.
  • Promover prácticas alternativas que incrementen el nivel de seguridad o disminuyan el de riesgo (por ejemplo, comportamientos alternativos que potencial placer similar, pero menor riesgo).
  • Trabajar habilidades comunicativas y de negociación del uso de medidas preventivas, además de intentar que éstas se acompañen de aprobación y no de rechazo en el entorno de los grupos sociales de referencia, pero sobre todo de la o las otras personas implicadas en la relación.
  • Trabajar en un consumo más reducido y crítico de alcohol (y otras sustancias).
  • Trabajar en romper las creencias y actitudes que reproducen la desigualdad de género y que otorgan roles y expectativas, no solo desiguales, sino discriminatorias (para la mujer).