Los Trastornos de la Conducta Alimentaria se definen como trastornos mentales severos que se caracterizan por un miedo fóbico a engordar o a ganar peso y que comportan graves alteraciones en los hábitos de ingesta y / o de métodos para compensarla (purga). Dentro de esta definición, los trastornos más conocidos son la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa.

Según datos del Barómetro juvenil de vida y salud, estamos hablando de trastornos que afectan a poco menos del 3% de la juventud española, pero la gravedad de los mismos y la afectación personal y social en la persona que los padece y en su entorno hace que merezcan una especial consideración.

Entrando en el tema

La anorexia nerviosa se define como el rechazo a mantener el peso corporal en los valores mínimos normales considerando edad, altura y sexo. Con el fin de lograr mantener dicho bajo peso, la persona pasa por períodos en los que lleva a cabo dietas restrictivas que pueden alternarse con momentos de aumento de la ingesta de alimentos (lo que se denomina “atracón”) y provocación del vómito, para compensar dicha ingesta. Por eso, se habla de anorexia restrictiva (cuando se come muy poco) o anorexia bulímica (cuando aparecen episodios de mayor ingesta con vómitos posteriores).

Además de las importantes afectaciones de carácter físico, la anorexia nerviosa tiene unas relevantes influencias en el ámbito psicológico, como son, entre otras:

  • Cambios en la percepción de la imagen corporal: estas personas se ven con sobrepeso aun cuando lo presentan inferior al que les correspondería por edad y talla.
  • Baja autoestima: en la anorexia nerviosa funciona mucho el mecanismo de autocontrol, identificándolo con valoración. Es un esfuerzo por dominar perfectamente el cuerpo, como una forma de controlar su personalidad y todo su ser. Muchas y muchos jóvenes han luchado durante años por ser perfectas y perfectos a los ojos de las demás personas. Parece una manera de reaccionar frente a la necesidad de dependencia.
  • Distorsión de los pensamientos: los pensamientos negativos van en aumento a medida que la persona pierde peso y la enfermedad se agrava. Son pensamientos intrusivos, no controlables y cada vez más presentes, relacionados con la comida o la imagen corporal.
  • Cambios en el estado de ánimo: el carácter va cambiando, se va mostrando cada vez más susceptible, irritable, con mayor ansiedad, y con cambios bruscos.
  • Dificultades en las relaciones: lo comentado anteriormente afecta a las relaciones familiares y también sociales. Poco a poco se produce un aislamiento social, ya que estas personas tienen grandes dificultades para comer en público, y para exponerse.

 Por otro lado, la bulimia o bulimia nerviosa es una compulsión a ingerir enormes cantidades de comida durante un corto período de tiempo, normalmente dos horas o menos.

La palabra bulimia deriva del griego bous=buey y limus=hambre, “comer como un buey”. Los y las jóvenes  que sufren este trastorno, más que “hambre material” tienen “hambre emocional”, el alimento físico sustituye un alimento emocional o espiritual que no tienen. Pueden sentir un vacío tremendo, que se llena comiendo.

Además de la ingesta de comida, la bulimia se caracteriza por el posterior vómito provocado, una vez que se ha producido el atracón. En ocasiones, ese vómito representa expulsar cuestiones emocionales difíciles de digerir, como problemas familiares, angustias personales, experiencias traumáticas, etc.

Desde un plano psicológico, la bulimia afecta de varias maneras:

  • Insatisfacción profunda sobre su persona y su vida: no aceptan su supuesta imperfección tanto física (aunque la distorsión de la imagen corporal no es tan grave como en la anorexia) como psicológica. La voz crítica que las acompaña es constante, implacable, incansable.
  • Impulsividad, pudiendo llegar a aparecer otras conductas igualmente impulsivas como el consumo de alcohol, otras drogas, promiscuidad sexual, o cleptomanía.
  • Inestabilidad emocional por inmadurez.

Prevención – Control de los riesgos

Es difícil abstraerse de un mensaje social que impone una tiranía de la imagen corporal. Aunque también los varones reciben una presión social al respecto, sigue siendo un mensaje mucho más directo a la mujer. Llegar al ideal estético femenino impuesto por la sociedad, es una exigencia para no pocas chicas y mujeres, en un entorno en el que se produce una gran paradoja: frente a la opulencia, ayuno.

La prevención (fundamental, pero no exclusivamente familiar), está relacionada con la promoción de hábitos de vida saludables (alimentación variada y sana, ejercicio regular), y aprender a detectar y manejar sus emociones, sin recurrir a la comida como regulador emocional.

Con carácter general, además de lo dicho, cabría señalar:

  • Comer y cocinar deben ser un espacio compartido, placentero.
  • Evitar emplear la comida como castigo o como premio, la comida no tiene esa función.
  • Compartir actividades familiares que no solo impliquen comer: hacer ejercicio físico, salidas a la naturaleza, espectáculos culturales, etc.
  • Resaltar la importancia de aspectos relacionada la personalidad de las personas, más que con su apariencia física.
  • Dialogar y discutir sobre ideas y actitudes que se transmiten socialmente en relación a la comida, la imagen corporal, el consumismo, el afán por tener en lugar de ser, etc.
  • Enseñar a hijas e hijos a valorar la salud, con cuidados corporales, sin sobre exigencias, bajo la premisa de que solo tenemos un cuerpo y tiene que durarnos toda la vida.
  • Potenciar autonomía, responsabilidad y afán de logro.
  • Ayudar a detectar y manejar las situaciones de estrés que les puedan llevar a comer en exceso o a dejar de comer, buscando alternativas saludables como hablar, buscar soluciones, practicar la relajación o meditación, etc.

Algunas pautas para actuar ante una situación problemática

El primer paso es aceptar que hay un problema en la familia y que la hija o hijo, no hace este tipo de conductas para fastidiar, sino que hay algo que no está sabiendo manejar y esta es la única manera que ha encontrado para poner solución.

Ante la constatación de la existencia de un problema, la actuación de la familia puede consistir en:

  • Tranquilizar,, transmitiendo un mensaje de apoyo incondicional, afecto y comprensión. Buscando el momento, y huyendo de acusar, tampoco es adecuada una actitud rogatoria. Parece más adecuado emplear frases como “pensamos que has perdido mucho peso en poco tiempo”, “no te vemos comer suficiente”, o “pensamos que podríamos ir a un médico para ver si estás bien de salud porque te vemos con mala cara”.
  • Pedir ayuda. Hay que pensar que, aunque no lo parezca, estas chicas y chicos están realmente asustados porque todo esto se les ha ido de las manos y ya no saben cómo volver atrás. Es el momento de que la familia busque ayuda profesional, con su participación en dicha búsqueda, dejando que la persona afectada también opine. Es recomendable acudir a un centro especializado, aunque su hija o hijo no les acompañe. Las personas expertas trabajarán con ellos y les darán estrategias para poder llevar a la hija o hijo a su consulta.
  • Actuar en situaciones límite. Aunque parece fácil, todo lo anteriormente comentado supone una situación de estrés, angustia y tensión en toda la familia. Pueden darse escenas dramáticas, turbulentas y fuera de control. En estos casos, la familia tiene dos caminos difíciles de llevar a cabo pero, a veces, imprescindibles: uno de ellos es llamar al servicio de urgencias, con el fin de que una persona profesional entre en la escena familiar. Un segundo camino, en el caso de que la situación sea insostenible, es la intervención de un o una juez que, recibiendo asesoramiento por profesionales de la salud que pertenecen a los juzgados, ordene el ingreso hospitalario involuntario. Este caso extremo se emplea cuando la hija o el hijo es mayor de edad y cuando hay un serio riesgo para su vida.