La violencia filio parental (VFP) es aquella donde “el hijo o hija actúa de forma intencional y conscientemente, con el deseo de causar daño, perjuicio y/o sufrimiento en sus progenitores, de forma reiterada y a lo largo del tiempo” (Aroca, 2010). La VFP aumenta de forma progresiva: habitualmente se inicia a través de insultos y/o descalificaciones, después pasa a amenazas y/o ruptura de objetos, y finaliza con agresiones físicas cada vez más severas. Es un tipo de violencia sin un fin temporal predeterminado y su principal objetivo es el control, poder y dominio sobre las personas cuidadoras (madre y/o padre en la mayoría de los casos).
Existen diferentes formas de ejercer malos tratos. Estos pueden producirse de forma conjunta o separada:
- Psicológicos (verbal, no verbal y emocional): insultar, humillar, golpear objetos como paredes o puertas, amenazar, mentir, manipular, engañar, etc.
- Físicos: golpear, empujar, o lanzar objetos a los progenitores
- Económicos: robar o forzar a pagar deudas económicas de los hijos.
Estas conductas de violencia en adolescentes y jóvenes no deben ser entendidas como comportamientos “normales”, “propios de la edad” o justificables como parte de su desarrollo y crecimiento.
Factores de riesgo y factores de protección
Algunos de los principales factores de riesgo de la VFP, son:
- Factores individuales: baja capacidad empática, alta impulsividad, baja tolerancia a la frustración, baja autoestima, sentimiento de soledad, dificultad para expresar emociones y/o interactuar emocionalmente, consumo de sustancias.
- Factores familiares y escolares: estilo educativo permisivo, autoritario, o negligente, presencia de conflictos parentales frecuentes e intensos, baja cohesión afectiva familiar, existencia de violencia entre los progenitores, ausencia de normas y límites claros, dificultades de aprendizaje.
- Factores macrosociales: sociedad basada en la recompensa y menos en la disciplina, exposición a la violencia en los medios de comunicación, permisividad social sobre comportamientos inaceptables.
Y algunos de los principales factores de protección, son:
- Factores individuales: responsabilidad, autoconfianza, autocontrol, autonomía, toma de decisiones, capacidad de solución de conflictos; valores prosociales como el respeto, la empatía, la convivencia, el diálogo y la participación social; capacidad para percibir, expresar y regular los propios sentimientos; hábitos positivos hacia la salud (descanso, alimentación, higiene, deporte,…).
- Factores familiares y escolares: estilo educativo democrático; clima de afectividad familiar con cariño y afecto incondicionales; comunicación asertiva basada en el respeto de las opiniones propias y de las demás personas; sistema de normas y límites coherentes, consistentes y adecuadas a la edad y madurez de hijas e hijos; clima escolar positivo favorecedor de la integración, del sentimiento de pertenencia, del trabajo en equipo y de la motivación.
- Factores macrosociales: regulación de los horarios de emisión de programas televisivos con contenidos de carácter violento; desarrollo de campañas de prevención y de detección temprana de la VFP.
¿Qué puedo hacer si mi hija o hijo empieza a tener un comportamiento violento?
- Reflexionar sobre nuestro modelo de comportamiento. Madres y padres somos modelos de referencia y nuestra forma de manejar los conflictos va a ser aprendida y muy probablemente repetida. Nuestras respuestas deben ser coherentes a lo que pedimos: respeto, honestidad, confianza, empatía.
- Hablar sobre su estado emocional. En la infancia y la adolescencia, la tristeza en ocasiones se manifiesta en forma de ira, por lo que va a ser muy importante que nos interesemos por sus sentimientos y emociones. Enseñar de qué manera sí es correcto expresar el enfado: tono de voz adecuado, sin insultos ni humillaciones, reflexionando sobre qué nos hace sentir y pensar.
- Empatizar con sus preocupaciones e intereses, aunque nos parezcan irrelevantes.
- Adoptar una actitud de amor incondicional. La imposición de límites en el comportamiento de nuestra hija o hijo no debe ser un impedimento para la demostración de afecto.
- Establecer consecuencias a sus actos: si nuestra hija o hijo no está acostumbrado a que le pongan límites, y de pronto se empiezan a establecer consecuencias ante el incumplimiento de normas, lo más probable es que su agresividad aumente debido a una baja tolerancia a la frustración.
- Reforzar las conductas que sí van alineadas a lo que queremos: “gracias por comunicarlo con ese tono”, “me ha gustado que esta vez no hayas dado golpes”, “te agradezco que te hayas esforzado en calmarte”,…
- Establecer pequeñas metas de cambio fácilmente alcanzables en un primer momento, e ir aumentando el nivel de exigencia de forma progresiva. Reforzar cada pequeña meta conseguida.
- Hablar sobre ello con alguien de confianza. Los casos de violencia filio-parental son a menudo un “secreto familiar”. Ni eres tú la única persona responsable, ni tienes por qué saber qué es lo que debes hacer para que la situación cambie.
- Pedir ayuda profesional si detectamos conductas violentas no episódicas de nuestros hijos o hijas es muy importante pedir ayuda profesional, no solo para que nos ayude en la dinámica familiar, sino también para descartar o detectar algún tipo de trastorno psicopatológico o consumo de drogas, que en ocasiones van asociados a este tipo de comportamiento violento.
Si quieres saber más o necesitas orientación sobre cómo manejar esta situación con alguna persona cercana, no dudes en contactarnos. Desde el Servicio de Información y Orientación de Fad Juventud, podemos ayudarte. Llámanos al teléfono gratuito: 900 16 15 15.