La adolescencia es una etapa de transición crucial, tanto para las y los jóvenes, como para madres y padres. En este proceso, uno de los mayores retos es establecer un equilibrio adecuado entre las normas, los límites y el control sobre lo que hacen nuestras hijas e hijos.
¿Alguna vez has exigido con gritos a tu hijo “que no grite”? ¿O le has dicho que no le hable mal a su hermana y acto seguido le hablas mal a tu pareja en su presencia? ¿Te has preguntado qué entiende tu hija cuando le pides que “se porte bien”? ¿O si tiene sentido que le digas a un niño de 4 años: “quédate ahí tranquilo”? Son preguntas comunes, y aunque parezcan simples, reflejan la confusión que a menudo tenemos cuando intentamos poner límites de forma coherente. Madres y padres nos enfrentamos a este dilema a diario: la necesidad de ser firmes, pero también la de actuar con consistencia y coherencia con respecto a nuestros valores y expectativas.
Es necesario reflexionar sobre qué tipo de normas imponemos, cuántas son necesarias y cómo las comunicamos. Establecer normas claras y coherentes es fundamental. Debemos asegurarnos de que estas sean pocas, comprensibles según su edad, y adecuadas a su desarrollo. Evitar expresiones vagas como “pórtate bien” o “sé buen niño” facilita la comprensión de lo que realmente esperamos de ellos y ellas. Además, las normas deben explicarse siempre con claridad, especialmente cuando llegamos a la etapa adolescente. De esta manera, podrán entender el propósito que hay detrás de ellas. Si, además, incorporamos la negociación, esto servirá para que puedan participar activamente en la construcción de su propio marco de convivencia.
Las normas son una forma de brindarles seguridad y protección, ayudándoles a desarrollar habilidades como la tolerancia a la frustración, el control de impulsos o la constancia. Sin embargo, no se trata solo de imponer reglas; también es crucial saber cuándo escuchar y mantener la calma durante los conflictos. Escuchar sus razones y empatizar con su situación, facilita la resolución de problemas y el entendimiento mutuo.
Ahora bien, en el camino hacia la adolescencia, surge otra cuestión igualmente importante: ¿Hasta qué punto podemos intervenir en la vida de nuestra hija o hijo sin invadir su privacidad? Es una pregunta difícil que solemos hacernos, sobre todo cuando existen indicios de que alguno de nuestros hijos o hijas están tomando decisiones que podrían ponerlos en riesgo. ¿Puedo revisar su móvil si sospecho que consume sustancias? ¿Tengo derecho a mirar sus cajones cuando ordeno su habitación? ¿Debería aceptar que quiera mi amistad en Instagram o que me diga “en mi habitación tú no entras”?
El desafío aquí está en equilibrar la necesidad de tener información sobre lo que hacen, con el respeto por su privacidad. La línea entre “conocer lo que hace mi hija o hijo y con quién lo hace” y “fiscalizar cada uno de sus movimientos” puede ser difusa, especialmente cuando queremos asegurarnos de que está tomando buenas decisiones. Aunque la privacidad de las y los adolescentes es fundamental, también lo es que madres y padres nos mantengamos conectados a sus vidas, para asegurarnos de que están bien y en un entorno seguro.
El control positivo no debe ser visto como algo negativo. En su sentido más constructivo, implica estar pendiente de sus intereses, amistades y actividades, pero siempre respetando su privacidad. Saber qué mira en internet, quiénes son sus amistades y cuáles son sus resultados académicos, son aspectos importantes del control, pero siempre dentro de un marco de respeto y diálogo. Este tipo de control tiene como base el interés genuino por sus gustos y opiniones, y la necesidad de fijar límites claros a ciertas conductas.
Durante la adolescencia, las y los jóvenes están en un proceso de búsqueda de identidad y autonomía. Es normal que cuestionen las normas y quieran separarse poco a poco de sus principales figuras de referencia, tomando sus propias decisiones y uniéndose a su grupo de iguales. Respetar su autonomía no significa dejarlos actuar sin límites ni responsabilidades. Aunque quieran independencia, es necesario mantener el control positivo, guiándolos y ayudándolos a entender por qué establecemos ciertas normas. El control positivo debe ser un balance entre la libertad y la supervisión, permitiendo que desarrollen su autonomía mientras sienten el respaldo de su estructura familiar.
Si sientes que el establecimiento de las normas y límites sigue generando conflictos en casa, desconfías de lo que pueda estar haciendo tu hija o hijo, o tienes alguna preocupación por su bienestar, no dudes en buscar ayuda. Desde el Servicio de Información y Orientación de Fad Juventud, podemos ofrecerte herramientas para mejorar la convivencia y encontrar estrategias más efectivas para afrontar los desafíos que surgen. Llámanos al teléfono gratuito: 900 16 15 15.