Seguramente te han llamado muchas cosas en la vida, pero nunca han apelado a la tecnología que te parió. O sí. Quizás, si naciste a partir de los 90, te han llamado nativo o nativa digital. Pues es hora de considerar lo positivo o negativo de esta expresión, si eso te hace competente o incompetente a la hora de realizar determinadas tareas.
El uso de términos que engloban determinadas realidades es necesario para poder aprehenderlas, pero es de sabios y sabias rectificar nuestro vocabulario si este resulta simplificador, o matizar el significado de las palabras si no abarcan el referente al que aluden. Es el caso de la idea “competencias digitales”, expresión especialmente útil a la hora de clasificar las capacidades de la población joven, a la cual da muchas y buenas vueltas esta entrada del blog del ProyectoScopio, del Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud.
La dificultad de poner el foco en unos u otros aspectos de los usos y abusos de la tecnología digital es lo que dificulta a su vez la definición de las competencias digitales y el modo de estudiarlas en la población. Según nos interesemos por definiciones de organismos oficiales o de la literatura académica o experta, la atención se centra en lo que sabemos hacer, en lo que sabemos hacer y hacemos, o, además, en la causa y el objetivo que perseguimos haciéndolo.
Las propuestas centradas en las capacidades técnicas resultan limitadas para abordar en profundidad y anchura la alfabetización digital, pues aunque haya generaciones más familiarizadas con el uso de las TIC no sirven para evaluar el modo en que las usan. Por ejemplo, Ballesteros y Megías, en la obra “Jóvenes en la red. Un selfie” (2015) establecen diferencias entre quienes crean contenidos y quienes simplemente los consumen. Estos mismos autores también contemplan la no participación voluntaria en redes o medios de comunicación online y las razones para no hacerlo, lo cual podría considerarse no como indicadores de incompetencia digital, sino precisamente como lo contrario.
Blázquez Abella, en la obra colectiva “Los nativos digitales no existen” (2017), habla de niveles de competencias digitales. Si nos situamos en un nivel bajo, incluimos a las personas que utilizan de forma elemental las herramientas de la sociedad digital, mientras que el nivel avanzado corresponde a los usuarios y usuarias que además prestan apoyo a otras personas, por ejemplo, formadores o profesionales del sector tecnológico. Oliver (2017), en otro capítulo de esta misma obra, incide en la importancia del aspecto social y relacional de las tecnologías al considerar “el desarrollo de herramientas emocionales y sociales para poder tomar decisiones, colaborar y contribuir a la sociedad del futuro” como dimensión clave para alcanzar la “erudición digital”.
Total, que tener o no competencias digitales no viene determinado por llegar al mundo en una u otra época, sino que depende de tu aprendizaje para enfrentarte a la técnica existente. Como especie tenemos determinadas herramientas para manejarla, pero no para darle un uso adecuado y subirla a la categoría de tecnología. Es más, podemos llegar a evolucionar fisiológica y anatómicamente si el uso de ordenadores o smarthpone se impone de tal manera que tener los dedos más o menos finos y ágiles pueda llegar a resultar adaptativo, pero también puede ser que si no aprendemos a enfrentar su uso de forma crítica, creativa y segura, como indica el BOE, sea el medio el que acabe con nosotros.