Autor: firmainvitadapj
19 enero, 2022

Volver a esta tierra donde nací y crecí me genera todo tipo de sentimientos.  Sus olores, sus sabores, el amor por mi familia, mis recuerdos, el mar, me hacen sentir que soy de aquí, pero al mismo tiempo hay una parte de mí que no lo es. He migrado incorporando otros olores, otros sabores, otros amores (Ochy Curiel).

*Alba Rodríguez

Lo primero que sientes cuando aterrizas en Bogotá es el olor a tierra mojada. En Bogotá llueve todos los días y a cambio de un paisaje verde y frondoso hay que aguantar un poco de agua. Luego, al salir del aeropuerto de “El Dorado” y adentrarse en las ciudades, lo segundo que sientes es el olor a comida que se mezcla con el sonido de música(s) por todas partes. En Colombia hay comida en cada esquina y música en cada casa. El “rebusque”, es decir, la capacidad de crear trabajo informal en ausencia de subsidios de desempleo, hace que los colombianos y colombianas vendan en cada esquina arepas, empanadas, frituras de toda clase, muchos tipos de frutas y jugos por doquier. Así que las calles huelen a comida, a ese maíz que creativamente se puede convertir en múltiples formas y nos ha alimentado desde épocas precolombinas.

Inicié mi trabajo como cooperante especialista en Género en Colombia hace un mes. Una situación curiosa si consideramos que soy colombiana de nacimiento y española por adquisición. Mi vida se mueve entre la frontera de comer arepas con queso manchego y arroz con coco con un Rioja.  Después de más de seis años fuera del territorio colombiano es un bello reto volver de la mano de la FAD para apoyar la implementación del proyecto: “Desarrollo social de población afectada por el conflicto armado y por la crisis del COVID19 para la promoción de la resiliencia individual y social, la defensa de los Derechos Humanos y la construcción de una cultura de paz en Medellín”. El centro de mi trabajo es el análisis de género en el proyecto, la dinamización de la incidencia política y el posicionamiento de la FAD en el país.

Fuente: Alejo Ramírez (alefunky). Pixabay.

El contexto colombiano

El 26 de septiembre de 2016, el Estado Colombiano firmó el Acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia–Ejército del Pueblo (FARC–EP). Con esto se ponía fin al conflicto armado de más de 50 años con esta guerrilla, y se daba el inicio oficial a un proceso de reconciliación, reparación, justicia y verdad de una guerra que ha afectado a todas y todos los colombianos y ha tenido como actores activos a la Guerrilla y al Estado. Sin embargo, los desafíos para Colombia siguen en su cúspide: varios grupos armados y diversas organizaciones criminales siguen activos, la desigualdad[1] y pobreza golpean como nunca y la ausencia estatal repercuten duramente en la vida de las personas.

La FAD ha trabajado en los departamentos de Antioquia (Medellín) y Valle del Cauca (Cali), Caldas (Manizales), Risaralda (Pereira) y Bolívar (Cartagena de Indias), fundamentalmente en las capitales de cada departamento y en entornos urbano-marginales. La adolescencia, la juventud y las mujeres son los colectivos situados en el centro de nuestras intervenciones. Nuestro proyecto actual se desarrolla en Medellín, la capital del departamento de Antioquia (que significa “Montaña de oro”). La prosperidad de Medellín, fundada hace dos siglos, se basó sucesivamente en la actividad minera, el tabaco, el café, el banano y el petróleo. Una recesión en los años sesenta llevó a los terratenientes de la zona a apostar por la marihuana. Pero cuando el boom de esta droga llegó a su fin, aparecieron en escena un puñado de individuos que fundaran el cartel de la droga más importante del país. Esta potente estructura permeó todas las esferas de la política y la economía colombiana y trajo consigo olas de violencia de que afectaron enormemente la ciudad.

Hoy Medellín es referente en transformación digital, movilidad urbana, y ciudad inteligente. Sin embargo, y aunque mucho ha cambiado desde la época que los sicarios invadían la ciudad, las estructuras de desigualdad, el narcotráfico, el desplazamiento y la violencia persisten.

Fuente: Aryok Mateus. Pixabay

Cambiar la violencia por paz

Y si algo conocemos bastante bien los colombianos es la violencia. Crecer anestesiado por las noticias de homicidios y bombas hace que normalices brutalidades inconcebibles en otras partes del mundo. La herida colectiva de los colombianos y colombianas se centra principalmente en aprender que se puede vivir en paz. Nuestro trabajo en la FAD resalta especialmente la cultura de paz para la erradicación de la cultura de la violencia que ha generado desigualdades, marginalidad y vulnerabilidades. Entendemos, desde una perspectiva holística, que, si no apoyamos el desarrollo de todos los aspectos sociales de los individuos, sus opciones se reducen y el círculo vicioso de la violencia no desaparece.

Recuerdo oír a unos niños en la comuna, tenían no más de 10 años y uno de ellos decía que en vacaciones quería aprender a robar. La violencia es contagiosa y más cuando a temprana edad la normalizas tanto que piensas que es la única forma de vivir. Solo este año, más de 4.000 personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares en las veredas del municipio de Ituango, en el norte del departamento de Antioquia, bajo amenazas de grupos criminales que se disputan el control del territorio.

Veo y escucho todo esto, con lo que creí, y me afecta, me duele. Y entonces recuerdo que para eso estoy aquí y que ese es mi trabajo como ciudadana española y desde la FAD. En el cierre de año del proyecto, un grupo de mujeres campesinas desplazadas por la violencia nos contaban que ya, aunque les quitaron todo, ellas han decidido no llorar más por lo que dejaron atrás y recordar, seguir enamoradas de la memoria, pero arrancando el dolor que no las dejaba seguir. Las escucho y sus palabras me dan esperanza y me recuerdan que por eso volví, para entender que esta tierra en que nací, sigue adelante a pesar de todo lo que han hecho para romperla.

Nuestra estrategia de intervención en la FAD surge de las discusiones y reflexiones sobre la experiencia en el trabajo en comunidades con adolescentes y jóvenes en situación de riesgo social llevado a cabo en los últimos años conjuntamente con las Organizaciones Locales. La estrategia de intervención territorial persigue una transformación individual, colectiva y del entorno, y ahí radica su impacto. Es en sí misma un proceso educativo integral que toma en cuenta los tres niveles del cambio: el personal, el colectivo y el del entorno, motivo por el que se establecerán procesos de incidencia política que permitan transformar el contexto próximo y el global.

No puedo encontrar una mejor posición para mí: apoyar al país que me vio nacer, de la mano del país que me adoptó. Creo que se puede cambiar la violencia por paz y que estamos haciendo nuestra parte.

[1] Colombia presenta el índice de desigualdad más alto de la región, y de la OCDE, con un índice de Gini de 0,47.

*Alba Rodríguez es licenciada en Relaciones Internacionales y especialista en políticas de género. Actualmente trabaja como expatriada de la Fad en Colombia. Previamente, ha trabajado por 6 años en cooperación internacional en proyectos financiados por la Comisión Europea y por el Sistema de Naciones Unidas. Amante del baile, la música y la escritura.