Autor: Alicia Avilés Pozo
15 enero, 2018

El último informe del Consejo de la Juventud refleja un estancamiento de los datos de emancipación juvenil en todo el país

Hablamos con algunos jóvenes que han visto cómo completar su formación ha sido incompatible con independizarse del núcleo familiar

“Si quiero luchar por mi vocación, no me puedo plantear vivir en otro sitio que no sea en casa de mis padres”

Durante el año 2017 se ha hablado de la crisis como un hecho pasado. Los indicadores económicos así lo constatan, pero ¿lo hace también la sociedad? Los jóvenes siguen siendo un referente a la hora de analizar las consecuencias de casi una década de recortes y falta de oportunidades para la juventud. Y el año ya terminado no ha sido una excepción. El último informe sobre emancipación juvenil del Consejo de la Juventud de España, que analiza la situación en el primer semestre, vuelve a reflejar sus dificultades para independizarse del núcleo familiar.

Según este estudio, la situación no empeora pero tampoco avanza. La actual tasa de emancipación residencial de la población joven es del 19,4%, continuando así con su tendencia a la baja. Esta caída se ha dado en todos los tramos de edad, siendo algo superior entre las personas de 30 a 34 años, con un descenso del 4,88%.

Pero hay algunos índices de este estudio que resultan preocupantes y que están directamente relacionados con la salida del núcleo familiar. Por ejemplo, la subocupación (trabajos precarios, de pocas horas y temporales) entre las personas menores de 30 años en España se ha incrementado respecto al mismo periodo del año anterior un 1,49%, estando el 17,9% de las personas jóvenes ocupadas en esta situación. De hecho, según los datos ofrecidos por el Servicio de Empleo Estatal (SEPE), a pesar de que crece el número de jóvenes trabajando, solo un 7,6% de los contratos formalizados en este periodo entre la población menor de 30 años tenía carácter indefinido. Por el contrario, un 48,9% era de carácter eventual, con un incremento interanual de los mismos del 16,18%.

En segundo lugar en importancia se sitúan los contratos por obra o servicio, que constituyen el 35,2%. Es decir, que es la precariedad en el trabajo, como abordamos anteriormente en este blog, la que lastra directamente las posibilidades de independencia.

Más variables negativas: el precio del alquiler de vivienda continúa aumentando de forma importante, con un  incremento del 19,74% en el primer semestre del año pasado. Esto hace que el acceso a la vivienda por esta vía se haya encarecido, en un 17,31% en el caso de los hogares jóvenes y en un 20,15% en el caso de las personas jóvenes asalariadas en solitario. De este modo, el coste del alquiler de vivienda en el primer caso representa ya el 48,3% de los ingresos de un hogar joven y un 85,4% para una persona joven asalariada. En el caso de la compra de vivienda, el incremento ha sido inferior, de un 1,57%, siendo algo superior, del 2,78% en el caso de la vivienda nueva. Y sigue aumentando.

Estas cifras también son el resultado de un periodo de recesión económica, de nuevo con los jóvenes como principales víctimas. Es un contexto que aparece reflejado en el estudio ‘El impacto de la crisis en los patrones de movilidad residencial de las personas jóvenes en España’ del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, realizado por Jordi Bosch Meda y Joffre Lopez Oller. La investigación se centra en la explotación de bases estadísticas oficiales y entre sus conclusiones establece que el “grave deterioro” de la situación de los jóvenes en el mercado laboral ha repercutido en su difícil posición en los mercados de vivienda. Todos los indicadores de accesibilidad económica coinciden en  que la capacidad económica de la juventud para acceder a una vivienda se ha agravado.

Precisamente, los investigadores apuntan que este sería uno de los principales motivos que explicarían por qué la tasa de emancipación en España ha disminuido en los últimos años. Otro sería los movimientos de población. A lo largo de los últimos años se ha producido una inversión de los saldos migratorios de las zonas rurales y de las principales ciudades.

En cuanto al grado de emancipación por edades y nacionalidad, en el siguiente gráfico del estudio puede apreciarse la evolución:

En este punto es importante destacar la integración de las mujeres jóvenes en los mercados de empleo y vivienda ya que presenta ciertos rasgos diferenciados. Las mujeres jóvenes tienen una menor participación que los hombres en los mercados de trabajo, y cuando lo hacen, sus ingresos tienden a ser inferiores por la realización de  iguales tareas, y su tasa de temporalidad, superior.

Dejando los datos a un lado, nos hemos acercado a las personas. Esta situación es la que viven jóvenes como Laura, de 27 años. Desde hace casi diez años se ha dedicado a estudiar, primero una carrera universitaria y luego una oposición. Con el coste de la matrícula después de la subida de tasas y el precio del transporte, nunca ha dispuesto de recursos suficientes para independizarse. Tampoco ahora.

“Nadie tiene facilidades para emanciparse. O bien porque no encuentran trabajo hasta pasado un tiempo después de acabar la carrera o porque si tienen la suerte de encontrar trabajo después de terminar sus estudios (o sin ellos), ni sus sueldos ni el tipo de trabajo que tienen les da la seguridad para poder marcharse de casa”.

Otra situación muy generalizada se da cuando los jóvenes consiguen entrar en el mercado laboral. Ahí entra en juego la precariedad. Es el caso de José María, de 30 años y técnico de Iluminación, Captación y Tratamiento de la Imagen. Hace siete años se fue a vivir con unos amigos a una casa grande por un precio asequible. Entonces tenía un trabajo como reponedor de máquinas de tabaco. Pero ocurrió que cuatro de ellos se quedaron en paro y volvió a casa de sus padres, aprovechando además para terminar sus estudios. Fue entonces cuando comenzaba a “trastear” con una cámara de fotos y descubrió que su futuro estaba en la fotografía, matriculándose en un grado superior.

¿VOCACIÓN O VIVIENDA?

“Mientras estudiaba estuve cobrando el paro, que se acabó cuando me quedaban cuatro meses para terminar el grado superior, por lo que tuve que buscarme un trabajo para poder cubrir mis gastos”, explica. Regresó al mundo laboral de camarero los fines de semana por 485 euros al mes. Considera que “era una etapa que tenía que pasar” si quería dedicarse a lo que estaba estudiando y de hecho estuvo haciendo prácticas no remuneradas en las que se le iba parte del sueldo solo en gasolina.

Tras terminar las prácticas, se encontró con otro obstáculo: el mundo del autónomo. “Muchas empresas requieren que seas autónomo para trabajar con ellos, por lo que de una forma u otra me veía haciendo trabajos cobrados en B y meses después. Pero así he estado bastante tiempo, intentando conseguir clientes y haciendo trabajos gratis para conseguir un nombre y algo más de práctica”. Finalmente dejó su trabajo como camarero tras conseguir otro en el aeropuerto, por diez horas a la semana y por turnos rotativos. Gana unos 500 euros, por lo que ni siquiera se plantea independizarse ya que no quiere renunciar a tener tiempo para seguir explotando su vocación como fotógrafo y además ya se ha hecho autónomo.

“Con el tiempo entre mi chica y yo intentaremos irnos a vivir juntos pero ella está en la misma situación. Terminó la carrera a la espera de oposiciones y trabaja en una empresa de media jornada ganando menos de 500 euros al mes. Te planteas muchas veces dejar tu vocación para encontrar un trabajo indefinido, pero ahora mismo no hay nada estable y el que parece que lo es, al final estás trabajando más de 40 horas semanales por menos de 900 euros. No merece la pena”.