Si alguna vez has caminado sola de noche y has sentido miedo al escuchar unos pasos detrás de ti, si un grupo de chicos más que “achispados”te ha bloqueado el paso en una discoteca, si tu novio te dice que le envíes tu ubicación por WhatsApp o quiere que le mandes una foto para ver cómo vas vestida, tú también has sido víctima de la violencia de género. Este tipo de actos adoptan muchas y muy distintas formas, aprender a distinguirlas y dejar de normalizarlas es el primer paso para establecer herramientas de prevención y erradicar por fin este tipo de maltratos.
Naciones Unidas define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Por lo tanto, violencia psicológica de control, SÍ es violencia contra la mujer. La privación de la libertad de cualquier tipo (desde el “así no sales de casa” hasta el “cuidado con lo que haces”) SÍ es violencia contra la mujer. La amenaza de violencia TAMBIÉN es violencia contra la mujer. Señalamos estos casos por estar entre los más normalizados, porque ya hemos dicho muchas veces que “no es no” y que “todo lo que no es sí es no” (aunque nunca está de más repetirlo para que cale de una vez en el pensamiento de todas y todos).
La violencia de género es una problemática muy compleja tanto en su análisis como en su abordaje, por lo que no es fácil determinar cuáles son sus factores desencadenantes. Sería, quizá, un error acotarlos a un listado reducido de indicadores culturales, económicos, legales y políticos. Sin embargo, creemos que las diferencias de género que perviven en el imaginario colectivo de la sociedad son un factor determinante. Esta herencia se remonta a los orígenes de la historia y se basa en la jerarquización de un género fuerte, el masculino, y uno débil, el femenino. Por eso, se mantienen creencias como que las mujeres son sensibles, cariñosas y dependientes, y los hombres, por el contrario, agresivos, dominantes, fuertes y emprendedores. El estudio “¿Fuerte como papá? ¿Sensible como mamá? Identidades de género en la adolescencia”, realizado por el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, analiza cómo influyen en los y las jóvenes estas percepciones sexistas.
Así que dejemos de repetir que las mujeres necesitan que un hombre las proteja porque son débiles y de visibilizar que ellos suelen tener más fuerza física que (algunas) de ellas. Si dejamos de transmitir de forma implícita que el hombre tiene el poder de hacerle daño a la mujer, a lo mejor, conseguimos que disminuyan los casos de violencia de género.
Otro de los factores que puede promover actos de violencia de género, y que todos y todas podemos contribuir a eliminar, es la culpabilización de la víctima. Ojalá que en 2019 dejemos de hacernos preguntas como “¿Qué llevaba puesto?” o ¿Había consumido alcohol?”. Ojalá que empecemos a poner el foco en el agresor en lugar de en la víctima y dejemos de echarle la culpa a ella para justificarle a él. Ojalá que, además de nosotros y nosotras, se sumen a esta corriente medios de comunicación, agencias de publicidad, creadores de contenidos de ficción, etc. De lo contrario, seguiremos compartiendo datos como que el 82,3% de jóvenes españoles declara haber sido testigo de algún comportamiento violento en el entorno cercano, o que el 40% dice haber conocido testimonios próximos de este tipo de actos.
Es verdad que desde hace unos años el mundo está mucho más concienciado en lo que a igualdad (y desigualdad) de género se refiere, pero el machismo se seguirá colando en nuestras vidas cada vez que le pregunten a la primera ganadora del Balón de Oro femenino si sabe bailar twerk, cada vez que la protagonista de una serie lleve una camiseta de tirantes en pleno enero mientras su acompañante masculino luce un jersey de lana, y cada vez que alguien diga “¿Hay alguna mujer en la sala?” cuando se caiga un vaso de agua al suelo. Son los llamados micromachismos y en las manos de todas y todos está el dejar de “reír la gracia” a estos chistes que deberían ponernos de tan mal humor.
¿POR DÓNDE EMPEZAMOS?
La experta Máriam Martínez-Bascuñán, profesora de Ciencia Política y directora de Opinión de “El País”, recomienda empezar a recorrer el camino de la igualdad desde el hogar porque es el primer lugar en el que se replican los roles de género. Para ella, “el cuidado sigue teniendo nombre de mujer”, por eso todavía estamos lejos de conseguir la conciliación familiar y laboral.
Otro paso fundamental es integrar la perspectiva de género en el aula. Para ello es necesario ofrecer información específica a los y las docentes, trabajar la igualdad de forma transversal en el currículo escolar, reforzar a niños y niñas en sus preferencias o habilidades sean cuales sean, y evitar el uso sexista del lenguaje para empezar a utilizar el inclusivo.
Verónica de Miguel, profesora de Sociología de la Universidad de Málaga, da un paso más y señala el deporte femenino como una de sus herramientas “favoritas” para promover el empoderamiento de las chicas. Entre otras razones, porque aumenta la autoestima y rompe los tópicos sobre el cuerpo femenino.
Tampoco podemos olvidarnos de la sensibilización entre iguales. La persona más adecuada para sensibilizar a un o una joven sobre la importancia de la igualdad de género es precisamente otro u otra joven. El fenómeno globalizador que ha vivido el feminismo en los últimos años, especialmente a raíz del movimiento #MeToo, debería calificarse como positivo en lugar de definirse como una “moda pasajera” ya que ha permitido que, a partir de testimonios de personajes famosos que cuentan con su “confianza”, chicos y chicas se conciencien para convertirse a su vez en trasmisores y trasmisoras de la igualdad de género.
¿Es bueno, entonces, que el feminismo “esté de moda”? Sí, siempre y cuando tengamos en cuenta que es una primera toma de contacto con esta realidad. Es bueno que chicos y chicas aprendan consignas en la manifestación del 8M y que el feminismo les empiece a calar a base de mensajes sencillos y fáciles de entender. La moda del feminismo ha de servir para sembrar en ellos y ellas la semilla de la curiosidad e incertidumbre que, más adelante, les permitirá profundizar en el tema a partir de libros como “Feminismo para principiantes” de Nuria Varela o “Todos deberíamos ser feministas” de Chimamanda Ngozi Adichie. Poco a poco.
Por eso, Máriam Martínez-Bascuñán recuerda en este vídeo la importancia de que los chicos y chicas que se declaran feministas lleven esta teoría a la práctica y la incorporen a sus comportamientos. Este será el siguiente paso en el que debemos trabajar.