• El estudio analiza los cambios que se están produciendo en consideración con la adolescencia y, particularmente, cómo de ser considerada una edad inevitablemente en crisis, agobiante para padres y docentes, irresponsable y problemática, está pasando a ser considerada como la segunda edad de oro del aprendizaje.
• Para el autor, José Antonio Marina, los adolescentes “tienen que integrarse en un mundo cambiante, globalizado, ferozmente competitivo, donde han entrado en quiebra instituciones y certezas pasadas. Parece que necesitamos cambiar el paradigma de la adolescencia para no perjudicar a nuestros niños”.
(Madrid, 26 de febrero de 2015).- La adolescencia es un fenómeno social. Pero también un proceso a través del cual un niño se integra en el mundo adulto, lo que la convierte en un tema educativo de primera magnitud.
Siendo conscientes de esta importancia, debemos analizar si el modelo -la idea social de lo que significa “ser adolescente”- es adecuado para facilitar su integración en un mundo “cambiante, globalizado, ferozmente competitivo, donde han entrado en quiebra instituciones y certezas pasadas” o bien supone un peaje que lastra el desarrollo de los más jóvenes.
Éste es el punto de partida del estudio “El nuevo paradigma de la adolescencia” elaborado por el filósofo, escritor y pedagogo José Antonio Marina, en colaboración con María Teresa Rodríguez y Mariola Lorente Arroyo, y publicado esta semana por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud.
En este estudio se analizan los cambios que se están produciendo en la consideración de la adolescencia. En él se afirma que de ser una edad inevitablemente ligada a la idea de crisis, agobiante para padres y docentes, irresponsable, y problemática, está pasando a ser considerada como la segunda edad de oro del aprendizaje y que, por tanto, debemos contribuir al establecimiento de “Un nuevo paradigma adolescente” basado en cuatro rasgos claros:
– La adolescencia tiene como función biológica y social el aprendizaje. El cerebro adolescente cambia para aprender más y más deprisa, con lo que se amplían las posibilidades de cada adolescente.
– Esas posibilidades no se van a aprovechar si no aumentamos nuestras expectativas (confianza + exigencia) respecto de la adolescencia.
– La tarea educativa debe dirigirse a fomentar el talento adolescente, es decir, el necesario para realizar con éxito las tareas evolutivas de esta edad.
– El talento adolescente puede desarrollarse con programas adecuados, cuya característica esencial es fomentar el empoderamiento de los adolescentes: el fomento y la asunción de su autonomía.
Según la investigación, los descubrimientos neurocientíficos son irrebatibles: el cerebro del adolescente se rediseña para alcanzar más eficiencia y consolidar los aprendizajes. De hecho en el estudio se ofrece un panorama de las iniciativas educativas más importantes que se están llevando a cabo para aprovechar esta gran oportunidad.
El informe analiza multitud de estas iniciativas en este sentido, organizadas en “constelaciones”:
• El modelo de desarrollo positivo adolescente, la primera “constelación”, adopta una perspectiva centrada en el bienestar y pone un énfasis especial en la existencia de condiciones saludables.
• La segunda “constelación”, la educación del carácter hace referencia a las virtudes como fortalezas, como un hábito operativo dirigido a la realización de valores positivos, y se centra en el aspecto duradero de nuestra experiencia emocional.
• La constelación del trabajo trata del descuidado mundo de la Educación Secundaria, y de la necesidad de introducir las destrezas del siglo XXI o destrezas no cognitivas en la enseñanza.
• La constelación pedagógica realiza un análisis de las nuevas pedagogías, de las propuestas educativas de las grandes empresas tecnológicas, y de las propuestas de escuchar “la voz de los estudiantes”, buscando su compromiso y participación en materias que afectan a su aprendizaje.
• La constelación de la participación cívica hace hincapié en la importancia de fomentar la participación social de los adolescentes, su sentido de pertenencia y de ser agentes de cambio.
• Por último, la sexta “constelación” aborda la educación de las funciones ejecutivas, el “factor E”, todas aquellas que permiten a los individuos elegir entre diversos caminos o regular sus intercambios con un entorno y que pueden englobarse en cuatro grupos: gestión de la atención, gestión de la memoria, gestión de las emociones y gestión del comportamiento. Nos referimos a factores como la constancia, la resiliencia, la determinación, el autocontrol, la autodisciplina, los hábitos de trabajo, la resistencia al esfuerzo o la capacidad de soportar la frustración. La adolescencia es la etapa en que las funciones ejecutivas se desarrollan con más rapidez y, por lo tanto, constituye una etapa fundamental para el rediseño de la personalidad.
El estudio incluye también el análisis de diferentes programas de eficacia contrastada que atienden prioritariamente a alguna –o varias- de las citadas “constelaciones”.