Coincidiendo con la explosión mundial del movimiento de mujeres del 8 de marzo que tuvo en España un seguimiento tremendamente notorio, analizamos algunos de los datos más relevantes del Barómetro sobre Juventud y Género 2017 sobre las percepciones y vivencias de la población joven en España respecto a las desigualdades de género, las formas que adopta la construcción de identidad desde el ser de género, y las experiencias de discriminación.
Coincidiendo con la explosión mundial del movimiento de mujeres del 8 de marzo que tuvo en España un seguimiento tremendamente notorio, analizamos algunos de los datos más relevantes sobre las percepciones y vivencias de la población joven en España respecto a las desigualdades de género, las formas que adopta la construcción de identidad desde el ser de género, y las experiencias de discriminación.
Estos datos, obtenidos a través del Barómetro sobre Juventud y Género 2017 que el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud presentó coincidiendo con dicho evento, muestran claramente el aumento en los últimos años en la concienciación sobre la desigualdad e inequidad de trato y oportunidades entre hombres y mujeres por el hecho de serlo, y también en la identificación de experiencias de discriminación en base al género: algo más de tres de cada cuatro jóvenes considera en 2017 que las desigualdades entre hombres y mujeres en España son muy o bastante grandes, frente al 53% que opinaba lo mismo en 2013.
A pesar de que la valoración de dichas desigualdades se considera algo menor cuando se piensa en las personas jóvenes y no en el conjunto de la sociedad (sólo el 45% cree que son muy o bastante grandes entre jóvenes) es muy relevante constatar la gran diferencia de percepción entre chicos y chicas, de tal manera que el 30% de ellas cree que la desigualdad entre hombres y mujeres es muy o bastante grande frente al 20% de los chicos que opina lo mismo.
Cualificando la desigualdad, los datos reflejan de forma contundente como los espacios en los que se identifica mayor inequidad de trato se refieren a los escenarios laborales y el acceso de las mujeres a puestos de responsabilidad: el 66% de jóvenes cree que las condiciones salariales de las mujeres son mucho peores que las de los varones; el 58% y 57% cree, respectivamente, que el acceso a puestos de responsabilidad en la vida pública o a puestos de responsabilidad en las empresas también es mucho más difícil para las mujeres; el 52% piensa que las posibilidades de ganar dinero son mucho peores para las mujeres y el 42% valora de la misma manera la diferencia en las condiciones para acceder a un empleo. Percepciones que son compartidas por todo el colectivo pero que, en la misma tónica anunciada, son sistemáticamente peores (con porcentajes comparativos más altos) desde la visión de las chicas.
A esta percepción general se añade la constatación de que la desigualdad de género es la principal fuente de discriminación que la población española declara haber experimentado. Una reciente publicación del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades (IMIO) aporta datos en los que se observa como la percepción general sitúa en el primer lugar de los motivos de discriminación el origen y/o la etnia, y en segundo lugar el sexo (seguido de la orientación sexual, por cierto). Pero que, cuando se profundiza en la vivencia propia, es el sexo la principal y primera fuente de discriminación identificada en algún momento de la vida (Cea y Valles, 2018) y que, además, habría aumentado entre 2013 y 2016 [1]
Evolución de la discriminación en España. IMIO. Madrid. Encuestas IMIO –CIS 2013 y 2016. Cea D’Ancona; Valles, M. (2018)
También en esta experiencia propia de discriminación, y según los datos del Barómetro Juventud y Género 2017, se siguen constatando las grandes diferencias entre chicos y chicas. Para empezar, el 70% de los varones dice no haberse sentido discriminado nunca, mientras que entre las mujeres este porcentaje es tan sólo del 47%.
Como es obvio por tanto, las mujeres que dicen haberse sentido discriminadas en diferentes ámbitos son sistemáticamente muchas más que los varones, con la sola excepción del trato con la policía y el acceso a la vivienda, casos ambos en los que la valoración es pareja (y muy minoritaria, por otra parte). Desde la vivencia directa es muy relevante el 24% de mujeres jóvenes (frente al 8% de varones) que dicen haberse sentido discriminadas en el ámbito laboral (tanto en el acceso al empleo como en la promoción profesional, salarios, formación, despidos, conciliación, etc.); el 24% de mujeres que dicen haberse sentido discriminadas en la calle, o el 22% en las redes sociales; el 18% que se ha sentido discriminada en servicios o locales privados, y el 15% en la propia familia.
Y estos datos apuntan, una vez más, al entorno laboral o profesional como uno de los que más desigualdad y discriminación genera hacia las mujeres, al menos de forma explícita, ante lo que es muy pertinente preguntarse por la valoración de las medidas que se adoptan para combatir o revertir dicha realidad. En los datos del citado estudio del IMIO se comparan los resultados evolutivos de la percepción de este tipo de actuaciones (encaminadas a lograr la plena igualdad e integración social) entre 2013 y 2016. La evolución de estos resultados es muy expresiva, al menos en tres aspectos.
Evolución de la discriminación en España. IMIO. Madrid. Encuestas IMIO –CIS 2013 y 2016. Cea D’Ancona; Valles, M. (2018)
En primer lugar en el hecho de que la valoración positiva de las acciones destinadas a lograr la plena igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (o sea, para luchar contra la desigualdad de género) sea una de las más bajas (39% en 2016) en la comparativa de actuaciones similares dirigidas a combatir la desigualdad por distintos motivos. Por ejemplo es mejor la valoración de las acciones destinadas a la integración de personas inmigrantes (51%), a personas con discapacidad (50%) o de distintos credos (52%). Incluso las medidas adoptadas para reducir la discriminación de personas homosexuales (49%).
En segundo lugar, es muy expresivo también que las desigualdades generadas por cuestiones de género u orientación sexual (las que se producen entre hombres y mujeres, hacia las personas homosexuales y hacia las transexuales) son, conjuntamente, las que se consideran peor tratadas (o lo que es lo mismo, las que peor valoración obtienen en relación con las acciones implementadas para combatirlas).
En tercer lugar llama la atención que la baja valoración positiva de las acciones en pro de la igualdad de oportunidades de mujeres y hombres, que ya en 2013 era de las más bajas en la comparativa entre colectivos es, además, la que más ha empeorado en tres años (7 puntos más baja en 2016), cuando incluso las acciones destinadas a reducir la discriminación de personas transexuales habrían mejorado, en términos relativos, su valoración.
Con estos mimbres (una alta percepción de desigualdad, una experiencia directa de discriminación más agudizada entre las mujeres y una valoración más bien negativa de las actuaciones) llama poderosamente a la reflexión la opinión de los y las jóvenes sobre diferentes tipos medidas que habitualmente se barajan para promover la igualdad de oportunidades entre géneros.
Si analizamos el grado de acuerdo que manifiestan mujeres y hombres jóvenes respecto a cada una de ellas encontramos sólo un acuerdo o apoyo algo más contundente en las medidas que se orientan a la sanción directa a las empresas que discriminan salarialmente a las mujeres (opción que apoya el 78% de las mujeres y el 68% de los varones) y a la promoción profesional según criterios de mérito, se entiende que sin distinción por sexo (que defendería el 74% de las chicas y el 65% de los chicos).
También cuentan con un alto grado de acuerdo, fundamentalmente entre las mujeres (69% frente a 55% entre los varones), la promoción de los permisos de paternidad equiparados a los de maternidad y, con gran diferencia entre chicos y chicas, la regulación normativa de la presencia equilibrada de mujeres y hombres en puestos de responsabilidad en la empresa (58% de las chicas frente al 30% de los chicos) y en la política o los cargos públicos (61% de las chicas frente al 44% de los chicos).
Sin embargo parece muy sorprendente que sólo un 48% de las mujeres jóvenes (32% de los varones) se muestre de acuerdo con garantizar la contratación de mujeres en profesiones en las que habitualmente no están presentes. Si a este dato añadimos el alto grado de desacuerdo manifestado -explícita y literalmente- hacia las medidas de “discriminación positiva” (desacuerdo de hasta el 67% de las mujeres) parece que estamos en un escenario conceptual sobre el que se debería reflexionar adecuadamente.
Parece claro que la carga semántica del concepto discriminación adopta un peso muy fuerte en este contexto, y que la relevancia de las políticas de discriminación positiva no ha sido suficientemente explicada. Parece que detrás de esta negación a ser tratadas de forma especial se entroniza la creencia en que los ideales de mérito y capacidad funcionan y son suficientes para garantizar la igualdad de trato y oportunidades. Parece que las mujeres, en este caso las jóvenes, bajo ese paraguas de la justicia ideal del mérito, negaran la existencia de condiciones estructurales que limitan (o impiden) el acceso a muchos espacios laborales y sociales, que deberían ser removidas, pero ante las cuáles pueda ser necesario establecer trampolines que faciliten el tránsito para quienes tienen vetado el paso (en este caso las mujeres).
Y esta idea de que la discriminación positiva opera más como discriminación que como positiva es una percepción que se traslada, desde la opinión de los y las jóvenes, también a otros espacios sociales. En un estudio reciente del CRS y la ONCE (Rodríguez, E; Sanmartin, A. (2015) [2] ), en el que se analizaba la percepción sobre la integración social y laboral de las personas con discapacidad encontramos también ideas que rechazaban la discriminación positiva, entendiéndola, de hecho, como competencia desleal en algunos casos.
El enrarecimiento y manipulación de los conceptos puede hacer que muchas apuestas en pro de la equidad de trato y oportunidades entre personas sean rechazadas, como se aprecia claramente en estos datos. No extraña que, en este contexto, la propia idea de feminismo haya llegado a connotarse de forma negativa, incluso entre personas (y sobre todo mujeres) que podrían apoyar y coincidir con postulados básicos de los movimientos feministas (en los que, por cierto, existe una diversidad enorme). Sin embargo, esta connotación negativa de los términos hace que sólo un 46% de las mujeres jóvenes puedan identificarse como feministas. Ni que decir tiene que entre los varones el porcentaje es aun mucho menor (24%). Ni que la inmensa mayoría, en este caso sin distinción de género, considere que la lucha feminista debe estar liderada por hombres y mujeres por igual.
Notas:
[1] Aunque los datos que se obtienen son bajos (12% en 2013 y 14% en 2016) apuntamos la idea de que este porcentaje medio debe seguir la tónica de los datos que estamos analizando del Barómetro y que, por tanto, sería más alto en el caso de las mujeres.
[2] Percepción de los y las jóvenes en torno a la integración social y laboral de las personas con discapacidad. Madrid: FAD; 2015.